Hace unos cuantos meses, mi vida profesional dio un enorme
giro. Cuando digo “mi vida profesional” podría ahorrarme el calificativo, y
decir sólo “mi vida”, porque al final ese cambio tan brusco ha alterado mis
rutinas, mis proyectos y mi tiempo de ocio; incluso mi estado emocional, a
muchos y muy diferentes niveles.
Lo reconozco: fue un impacto desembarcar en una empresa tan
grande, tan hecha. Todas esas novedades despertaron en mí ciertos miedos y un
nivel de estrés (profesional y social) bastante intenso. Más aún cuando las
circunstancias (explicarlas no viene al caso) de mi aterrizaje hacían presagiar
algunas… digamos "tensiones", cara a mis nuevos compañeros. Al final, como suele
ocurrir, la cosa no fue para tanto y en relativamente poco tiempo le he cogido
el ritmo a esta nueva andadura. Claro que, en ese proceso de adaptación, ha
tenido mucho que ver la actitud de alguna gente: compañeros y compañeras que,
con su cariño y su buen rollo, me han hecho sentir un poco menos inseguro. El
efecto balsámico de una sonrisa; de un mensaje de wasap a media mañana; de una
sobremesa compartida o de un cigarro consumido entre risas y cotilleos tiene un
valor para mí incalculable. Por eso hoy quiero darle las gracias a todos esos
que, en estos meses, me han puesto más fácil mi nuevo rutina.
Gracias a Inma y a María, que se convirtieron en dos ángeles
al recibirme tan calurosamente aquel extraño primer día de trabajo; gracias a
Pilar, Kiko y Quim por tenerme en cuenta a la hora de la comida, y darse prisa en bajar a la cafetería para no dejarme solo; gracias a Ana Cristina, por la
sincera alegría que ha demostrado al verme de nuevo, después de tantos años;
gracias a Salva, a Sol, a Esther, a Mercedes, a Macarena, a Ana Cris, a Jesús,
a Carmen, a Isa y a todos los compañeros técnicos que han suplido con su cariño
mis limitaciones como novato; gracias a Jose, a Carmen, a Juan José, a Olga, a
Manuel; y a todos y todas los que, sin conocerme de nada, me han dedicado un “buenos
días”; se han detenido a preguntarme “qué tal”, o me han ofrecido ayuda al
verme desorientado.
Y, sobre todo, gracias a Manuela y a Mª José: reencontrarme
con ellas después de tanto tiempo ha sido un auténtico regalo.