martes, 19 de junio de 2012
El síndrome de Pretty Woman
martes, 12 de junio de 2012
La sorpresa de la injusticia
domingo, 10 de junio de 2012
El techo del mundo
sábado, 9 de junio de 2012
Perpetuándonos... o no
Resulta que, en los últimos meses, varias amigas y conocidas se han
convertido en madres, o están a punto de alumbrar a sus retoños. Yo
siempre he tenido (y sigo teniendo) muy claro que la procreación no
entra en mis planes. ¿La razón? Podría dar muchas, pero en realidad basta una, que es (pienso
yo) la más importante de todas: no quiero tener hijos. Así de fácil, y
así de claro. Pero con tanto nacimiento me
ha dado por darle vueltas a eso de la paternidad: ¿por qué quiere la
gente (así, a lo bruto, en general) tener descendencia? ¿Qué mecanismo
(social, biológico, atávico o cultural) empuja a tantos seres humanos a
prorrogar nuestra presencia en el Universo a través de una nueva
generación? Imagino que, en mi misma línea argumental, casi todo el
mundo me respondería lo mismo: “tengo hijos porque quiero”. Me parece la
respuesta más contundente, más clara y más incontestable: la voluntad,
simple y llana, da sobrada validez a nuestros comportamientos. No
hay por qué mirar más allá, ni buscar otras justificaciones. Lo hago
porque quiero. Y con eso debe bastar.
Pero yo, que tengo cierta tendencia a plantearme cuestiones inútiles,
me lo pregunto: ¿por qué tiene la gente hijos? O mejor, ¿para qué lo
hacen, qué buscan cuando toman esa decisión? Si le quitamos a la
maternidad (también vale para la paternidad) todo ese halo romántico que
suele rodearla; si eliminamos el azúcar y la miel, , y dejamos sólo el
hecho desnudo y primordial de la procreación. ¿Qué nos queda? Supongo
que cierta ansia de permanencia; la idea de que, a través de nuestros
hijos, seguiremos, de alguna forma, habitando este mundo nuestro tan
hostil. También la necesidad de avanzar en la vida, de buscar nuevos
objetivos que den cierto sentido a nuestra arbitraria existencia. Y
definitivamente creo que mucha gente tiene hijos porque sí, porque es lo
que toca; porque así es la vida que nos han enseñado a vivir.
Muchos padres envidian (de forma más o
menos explícita) la rutina de los que hemos decidido renunciar al plan
de formar una familia. Se supone que somos más libres; que tenemos menos
preocupaciones, y podemos dedicarnos más frívolamente a disfrutar de
nuestra despreocupada vida. En cierto modo llevan razón: tener hijos
supone una servidumbre que yo (sin ir más lejos) no estoy dispuesto a
asumir. Pero a nosotros, a los “no-padres”, nos queda enfrentarnos al
vertiginoso abismo de elegir nuestros propios objetivos; de buscarnos
metas que realizar, ilusiones que cumplir, sueños que alimentar y,
quizá, llevar a cabo. A veces no resulta fácil ese trabajo. Hay que
tener mucha imaginación; y mucha fuerza de voluntad, en todo caso.
Me ha salido una actualización un
poco extraña. Ya vendrán días más frívolos, espero.