Mucha gente merecería protagonizar una actualización de este blog. Mucha. En estos meses he podido comprobar (de nuevo) la cantidad de amigos que tengo: amigos de calidad; personas inteligentes y sensibles que me quieren, me arropan y me protegen. Cuando vienen mal dadas; o me pongo triste; o ando a la gresca con la vida, me doy un paseo por mi agenda del móvil y consigo recuperar la fe en el mundo. Porque me considero un tío muy afortunado, y me cuesta comprender cómo algun@s se empeñan en insistir en que estamos rodeados de malas personas. No es así. Al menos, no en mi caso. Superparanada.
Pues eso, que a muchos (seguramente a todos y cada uno) de los que estáis leyendo esto os dedicaría gustosamente un homenaje bloguero. Quizá lo vaya haciendo poco a poco. Pero hoy quiero hablar de alguien que últimamente ha adquirido mucha presencia en mi vida. Nunca le he dicho que se ha convertido en alguien importante para mí. Así que se lo voy a decir hoy. Públicamente. Para que se muera de vergüenza.
A Carlos lo conocí... yo qué sé cuándo lo conocí. Seguro que hace muchos años, porque tenemos amigos comunes y sé que coincidimos en eventos sociales y profesionales en nuestra (no tan tierna) juventud. Sí recuerdo que compartimos curro en un programa de Antena 3, hace la friolera de 11 años. Él, que ya anda un poco mayor, dice que no se acuerda de aquello: pero estuvimos cenando juntos en “La mordida”, un mejicano de Madrid, donde presenciamos un lamentable espectáculo que quizá glose en otra ocasión. El caso es que a mí Carlos me cayó bien desde el principio. Me hizo gracia, y me inspiró ternura, ya ves tú. Yo soy muy de eso, de que la gente interesante me despierte ternura. Pero ya me estoy yendo por las ramas...
Después de aquello, Carlos y yo no volvimos a coincidir en mucho tiempo. Cuando digo mucho, digo MUCHO. Diez años, nada menos. Así que, cuando entré en Canal Sur y lo vi de nuevo, pensé que ya ni se acordaba de mí. Tampoco éramos tan amigos, la verdad. Pero curiosamente sí, sí se acordaba. Y me recibió con mucho cariño en aquellos extraños y desasosegantes primeros días en Canal. Junto con otros compañeros a los que ya mencioné en una actualización anterior, consiguió amortiguar el golpe que para mí supuso el desembarco en esta santa empresa. Me hacía caso; me ayudaba a sortear obstáculos; charlaba conmigo; me buscaba para fumar... Y esas cosas sencillas me ayudaron muchísimo en la tarea (para mí, complicada) de encontrar mi hueco en una empresa tan peculiar como esta.
Ya ha pasado más de un año de aquello, y ahora Carlos se ha hecho imprescindible para mí. Me gusta subir con él a la terraza y charlar de lo divino y de lo humano, fumando como dos carreteros. Tiene detalles conmigo y me ayuda en los disparates que invento, aportando ideas geniales que siempre, siempre funcionan. Me habla de mil historias interesantes, y se ríe con las tonterías que yo le digo. Es un tío brillante, simpático, ocurrente; y me cae muy bien. Cuando no está en San Juan, lo echo mucho de menos. Y además... sé que todo esto que escribo le va a dar muchísima vergüenza y puede que hasta se ruborice, lo que me resultará muy gracioso. Espero también que le guste. Espero que te guste.
Y ya está. Me subo a la terraza, a fumar con Carlos. Chimpún.