miércoles, 3 de julio de 2013

Peregrinaje



Ya han pasado cuatro días. Sólo cuatro días, y aún estoy digiriendo la experiencia de este Camino que prácticamente acabo de concluir. Me ha ocurrido como en ocasiones anteriores: iba con determinadas ideas previas; con objetivos prefijados; buscando vivir experiencias concretas que veía muy necesarias... Y al final todo ha resultado distinto de cómo imaginé. Mejor, en todos los sentidos. Porque las cosas que efectivamente ocurren son siempre mejores. Sólo por el hecho de que son reales, y la realidad siempre (SIEMPRE) vale más que la fantasía. Sin quitarle valor a la fantasía (valor positivo y carga negativa, que de ambas municiones puede ir cargada la escopeta de nuestra imaginación), que tanto juego nos da en esta atribulada existencia nuestra.

Como casi tod@s sabéis, esta vez me decidí por patearme el Camino Portugués. ¿Las razones? Algunas más prosaicas; otras más sentimentales. Entre las prosaicas, resulta que esta es una variante del Camino físicamente “fácil” y relativamente poco concurrida; y en el plano sentimental, el recorrido entre Tui y Santiago fue el primero que transité, hace ya seis años: al margen de la nostalgia, esperaba encontrar, en ese mismo lugar, sensaciones parecidas a las que experimenté en aquella impactante primera experiencia. No. No ha sido igual; ni siquiera similar; ni los efectos que el Camino ha producido en mi maltrecho corazón han resultado comparables. Pero eso no importa. Porque como dije más arriba, he arrostrado otras vivencias. Inesperadas algunas; muy provocadas otras. Necesarias y reveladoras cada una de ellas. Y así estoy ahora. Aterrizando de nuevo en la realidad; y deseando colgarme la mochila otra vez. Quizá lo haga en agosto. Ya veremos qué pasa.

Aparte del tsunami emocional que el Camino inevitablemente provoca en mí; este viaje tiene una vertiente social que me motiva mogollón. Al final siempre conoces a gente, sobre todo porque el albergue se convierte en una especie de club para peregrinos ávidos de comunicarse (o no). A mí me gusta caminar solo; pero cuando llega la tarde siempre me busco la vida para conocer a personas interesantes con las que compartir la experiencia. Soy extremadamente sociable (a veces pienso que demasiado); y a pesar de que (risas, no, que estoy hablando en serio) en el fondo me considero bastante tímido, disfruto enormemente haciendo nuevos amiguitos. Es que el ser humano me encanta; me cautiva en su enorme diversidad; creo en los individuos y, generalmente, tengo mucha suerte con la gente que me encuentro. O quizá es que no los encuentro, sino que los busco; y en vez de buena suerte, tengo buen ojo. Sea como sea, esta vez volvió a ocurrir: con la excusa del fumeteo y del toque de queda, ya la primera noche “cacé” (en el mejor sentido de la expresión) a los que iban a ser mis compañeros de viaje. Y nuevamente tuve suerte. O buen ojo. Qué más da. El caso es que coincidí con seis personas excepcionales, cada una a su manera. Conectamos muy bien, de una forma muy natural, como si nos conociéramos desde hace años. Y nos reímos mucho; compartimos nuestras grandezas y nuestras miserias; y hoy cada uno de ellos ocupa un pequeño lugar en mi corazón, tan sensible a la bondad del prójimo. Son los de la foto. Y así los veo yo.

- De Marta me sorprenden su brillantez y su sagacidad. Es certera, la tía, analizando y comprendiendo y puntualizando. Su mirada, tan directa y tan expresiva, me cautivó desde el minuto uno. Una gran mujer, sí señor. Me gustas, nena...

- Guillermo es un tío encantador, simplemente. Tan divertido y tan... espontáneo. Me quedo con sus bromas y con esa complicidad que crea a su alrededor de una forma tan indescriptiblemente pura. Se ve lo buen tío que es a kilómetros de distancia. Y sabe divertirse, que es una cualidad que admiro muchísimo.
 
- Mamen... es que Mamen me encanta. Teniendo caracteres tan diferentes compartimos muchas actitudes, ideas y sentimientos. Me parece inteligentísima y extremadamente sensible. La conversación que mantuvimos, ya tarde (yo un poco borracho), en la puerta de aquella casa tan peculiar de Padrón, fue uno de los grandes momentos del Camino 2013. Bravo. ¿Me caes bien? Sí. ¿Espero que nos veamos de nuevo? También. Así de simple.

- Juan destaca por su sociabilidad: tiene una mirada de niño inocente que invita a la confidencia y al buen rollo. Y una risa muy sincera, y una curiosidad libre de malicia que te atrapa. Un diez de chaval.

- Gregorio me parece un hombre magnífico: tan grande, y tan campechano, la sensibilidad le sale a borbotones. Qué caballero tan vitalista, con esa mezcla de fortaleza y fragilidad. He aprendido mucho de él. Mucho. Una persona “buena”, así, sin paliativos ni medias tintas. Admirable en todos los sentidos.

- Y Cristina.... Bueno, es que Cristina, para mí, es caso aparte. Qué mujer tan valiente, qué coraje y qué energía le echa a todo lo que hace. Debería haber muchas Cristinas en el mundo. Su sonrisa y su abrazo fueron un regalo. Y llegar junto a ella y Grego a la Plaza del Obradoiro, con todo lo que eso significaba para ellos.... Joder. Lo recuerdo y se me saltan las lágrimas. Indescriptiblemente hermoso y desgarrador. Ellos saben por qué.

Pues eso: que entre bromas y confesiones, estas seis criaturitas han hecho que mi Camino 2013 sea tan distinto, tan intenso, tan divertido y tan inolvidable. También he conocido a otra gente encantadora y especial: fauna de todo tipo, leones y mariposas que me han regalado su tiempo, su atención y su cariño. A tod@s ell@s les doy las gracias, y les deseo lo mejor, y espero verl@s de nuevo. Pero si eso no ocurre; si la vida o el destino o Buda o la suerte no nos reúnen de nuevo, no pasa nada. Me quedo con la huella que cada un@ ha dejado en mí. Porque ese patrimonio ahora es mío, y ya nadie me puede quitar.