jueves, 26 de septiembre de 2019

TO BE LOVED




Venía esta mañana escuchando esta canción de Michael Bublé, que se llama “To be loved”, y… Vale, mentira gorda. No venía escuchándola esta mañana, pero me viene muy bien sacarla a colación para introducir esta entrada que me apetece publicar. ¿Por qué tengo que ser tan jodidamente sincero? Pues por mis moralinas. Y porque estoy como una puta cabra. Ains… Empiezo de nuevo.

Me encanta la canción “To be loved”, de mi idolatrado y nunca suficientemente elogiado Michael Bublé. Para los que no seáis políglotas como mi amiga Manuela (a la que, de todos los idiomas del mundo, solo se le resisten algunos dialectos del tailandés, por el tema del “deje” de sus hablantes, que a ella le chirría un poco), “To be loved” significa “ser amado”. Bublé glosa en la canción todos los beneficios de recibir amor; y exalta esa ambición (la de ser objeto del amor ajeno) como la más enriquecedora y legítima de todas las ambiciones humanas, por encima de la riqueza, el poder y la fama. La canción es bellísima, tanto en el fondo como en la forma. Y me sirve para explayarme aquí con algunas reflexiones acerca del asunto. Porque para mí, como para Michael Bublé, ser amado siempre ha sido una gran prioridad vital. El motor que mueve mis acciones y mis omisiones; mis palabras y mis silencios. Ser amado… o, mejor dicho, ser BIEN amado. Por precisar. Y ahora voy, y lo desarrollo.

Como no pretendo ser (aún más) pretencioso, voy a evitar a mis sufridos lectores disertar sobre lo que el amor es o deja de ser. Filósofos, creadores, pensadores y mentes preclaras a lo largo de la Historia han intentado definir tan escurridizo concepto, con mayor o menor fortuna. Así que, nuevamente, acudo al Diccionario de la Real Academia por ver si encuentro una definición que más o menos encaje con lo que yo pienso que el amor (el BUEN amor) es. Y, miratúpordónde, nuevamente los académicos me facilitan el trabajo de síntesis (que, como sabéis, no está entre mis fuertes a la hora de expresarme), y me regalan esta bella (y bastante completa) definición, que ocupa (sorprendentemente) el segundo lugar entre las acepciones del vocablo: “Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. Ahí queda eso, tan a gusto se han quedado, oyes. Como habrán podido observar mis más perspicaces lectores, he destacado algunas palabras de la definición. Es por establecer un breve sistema de pistas que me guíe en lo que viene ahora, que – me temo- será una disertación relativamente extensa. E igual no tiene n ada que ver con esas palabras que he destacado. Así soy yo, excesivo y un poco caótico en lo verbal (y en otras cosas, también, como en el uso de los paréntesis. Qué le vamos a hacer).

Como he dicho, para mí ser amado resulta muy, muy importante. Quizá es mi máxima aspiración en la vida. Afortunadamente (esto ya lo sabía, pero en las últimas semanas me estoy dando cuenta de forma realmente abrumadora); y sin pretender hacerme el guay, resulta que sí, que soy muy bien amado por bastante gente. Notarlo; percibirlo y valorarlo me alivia muchos dolores y me resarce de diversas frustraciones. Las magníficas (porque encima lo son, magnifiquérrimas) personas que me bienaman se han convertido en el más importante activo de mi patrimonio. Parafraseando a Gollum, son “mi tesooooroooo”. Es altamente probable que tú, que ahora estás leyendo esta extensa y barroca parrafada, pertenezcas a ese grupo al que tengo tanto que agradecer. Los que me bienamáis, de cerca o en la distancia, al hacerlo, me completáis, me alegráis; me dais energía y me invitáis a crear. Y a crearme y recrearme. Sois mi bálsamo, mi hogar, mi refugio; mi bote salvavidas y mi espacio de libertad. Me dais mil motivos para celebrar que estoy vivo (y empezando a colear, de nuevo). Y también sois, para mí (esto es muy importante, porque aunque a veces lo disimule muy bien yo tengo un buen baúl de complejos e inseguridades alojado dentro del pecho); sois, digo, un espejo que me devuelve la imagen de un Javi corregido y mejorado. O quizá de ese Javi que a veces se me olvida que soy. Mirándome a mí mismo a través de vuestros ojos, me siento más poderoso, más brillante, más capaz y mejor persona. Y a veces, incluso me veo también más buenorro. Esto último me reconforta mucho, aunque suene a frivolidad (porque lo es, una solemne frivolidad. Qué le vamos a hacer). La emoción que me asalta cuando me devolvéis esa imagen mía tamizada y enriquecida por vuestro buenamor hacia mí…. Bueno, eso no hay éxtasis ni LSD ni setas alucinógenas que puedan igualarlo. Y sin efectos secundarios, ni resaca ninguna. Deberíais estar financiados por la Seguridad Social.

Podría hablar también aquí de lo que significa mal-amar. Pero no voy a hacerlo. Porque el concepto mal-amar me parece, en sí mismo, paradójico. El amor nunca puede ser malo. Y si el presunto amor que te ofrecen (o que ofreces tú) provoca dolor, o lesiones, o toxicidad… entonces a esa emoción (o lo que sea) hay que ponerle otro nombre, más acorde con sus efectos y consecuencias. Uso y abuso, por ejemplo. Cuidado, no quiero ir yo de coñohonrao (véase una actualización muy anterior, para entender el concepto): yo también he mal-amado; o, mejor dicho, usado y abusado de otras personas, la mayoría de las veces sin intención. Se me ocurren varios ejemplos, supongo que me tendrán un gran (y merecido) rencor. Subrayo mi firme voluntad de apartarme de esos senderos. No quiero estar ahí, ni como objeto ni como sujeto. Espero mantanarme lo suficientemente lúcido y ético como para conseguirlo. Si veis que me adentro en esos siniestros bosques, avisadme, por favor. A veces se me va la pinza y puedo tropezar perfectamente varias veces en las mismas piedras (o parecidas). Caca, caca. Apartad de mí semejante cáliz.

Lo suyo sería cerrar esta actualización con una referencia a cada una de las personas que me bienaman. No voy a hacerlo, porque – afortunadamente- la lista es extensa y seguro que me dejaría a alguien atrás. Pero igual un día de estos retomo mis “actualizaciones-homenaje”. Tengo varias pendientes, y algunas son muy urgentes. Otra tareíta que sumar a mi lista de asuntos que resolver.

Ea, ya me he despachado a gusto. Chimpún.


lunes, 16 de septiembre de 2019

45



Podría contaros muchas historias relacionadas con este año que, para mi biografía, hoy se cierra. Pero prefiero pensar en el año que, en mi devenir vital, hoy se inaugura. Y por eso tomo prestadas las palabras de Jorge Drexler, que escribió esta maravillosa canción. Estará (nuevamente) en el repertorio de mi concierto de este año. Porque, aunque no es muy de mi estilo; y no me permite un gran lucimiento vocal, habla de sensaciones y emociones que experimento muy vívidamente en este momento de mi vida. 

Ya estoy en la mitad de esta carretera
Tantas encrucijadas quedan detrás
Ya está en el aire girando mi moneda
Y que sea lo que sea
Todos los altibajos de la marea
Todos los sarampiones que ya pasé
Yo llevo tu sonrisa como bandera
Y que sea lo que sea
Lo que tenga que ser, que sea
Y lo que no por algo será
No creo en la eternidad de las peleas
Ni en las recetas de la felicidad
Cuando pasen recibo mis primaveras
Y la suerte este echada a descansar
Yo miraré tu foto en mi billetera
Y que sea lo que sea
Y el que quiera creer que crea
Y el que no, su razón tendrá
Yo suelto mi canción en la ventolera
Y que la escuche quien la quiera escuchar
Ya esta en el aire girando mi moneda
Y que sea lo que sea

Tengo la suerte de llevar muchas sonrisas como bandera; y de tener la billetera rebosante de fotos de gente buena. Definitivamente, a mis recién estrenados 45, soy un tipo tela de afortunado.



jueves, 12 de septiembre de 2019

Caminar




Cuando uno decide emprender el Camino de Santiago solo, es por algún motivo. Esta frase introductoria, que puede parecer una perogrullada (porque lo es: todo lo que hacemos, lo hacemos por algún motivo) no la digo por decir. El Camino, ya lo he comentado en anteriores actualizaciones, funciona muy fácilmente como metáfora de la vida. En el sentido más prosaico, y también en el más profundo. Ambos (tanto la vida, como el Camino) son procesos personales con implicaciones físicas, emocionales, intelectuales, espirituales y sociales. Por eso no resulta raro encontrar a peregrinos que caminan hacia Santiago para comulgar consigo mismos; o para encontrar respuestas a determinadas preguntas vitales, en general muy acuciantes; o para escapar de determinadas situaciones de asfixia, angustia o desconcierto existencial.

Como sabéis, hace ya varios años yo sentí esa necesidad de hacer el Camino solo. Mis motivaciones de entonces casi no las recuerdo: supongo que serían de lo más cotidianas, porque al final la mayoría de los seres humanos compartimos emociones similares, en algún momento de nuestra existencia. Desde aquella primera vez (especialmente reveladora, hay algunos textos alusivos en esta misma cybercasa) he vuelto a recorrer el camino (o, mejor dicho, los Caminos, porque son diversos tanto cuantitativa como cualitativamente) en varias ocasiones, algunas veces solo y otras, acompañado. Cada Camino ha sido, como es lógico, muy diferente, y muy esclarecedor a distintos niveles. Pero todos comparten determinadas características. Hoy quiero destacar una de cualidades genéricas, quizá la que más me ha llamado la atención siempre, y me ha sido más útil: en cada ocasión, yo iba esperando algo del Camino. Tenía más o menos claro qué es lo que necesitaba, qué quería obtener de esa experiencia. Y siempre (SIEMPRE, desde la primera vez) el Camino me ha dado otras cosas. Distintas de las que yo esperaba, y quizá más necesarias para mí.

Este verano, tras varios años, he vuelto a hacer el Camino solo. Atreverme (uso este verbo con toda su carga emocional) no me resultó fácil, porque implicaba determinados riesgos y yo sabía que la decisión iba a costarme cara (así fue, después de todo. Me salió carísima). Y aun así, me atreví, porque mi necesidad pesaba más que el alto precio que iba a pagar por semejante atrevimiento. Ya ves tú, qué locura más grande: desear emprender un proyecto para mí mismo, con el único objetivo de alcanzar ciertos niveles de libertad (ejem) y de bienestar. Valiente plan. Pero ya estoy desviándome hacia rutas que no son el objeto de esta actualización.

Como siempre, buscaba en el Camino una serie de experiencias, un conjunto de reflexiones y emociones, respuestas a ciertas preguntas que ni yo mismo me atrevía a formular. Y, como siempre, el Camino me dio otras cosas: distintas, y, quizá, más necesarias para mí. Como de lo vivido también se aprende; tras tantos Caminos recorridos, en vez de resistirme y pelear por mis deseos preconcebidos decidí entregarme a lo que fuera descubriendo. Aceptar lo que me iba viniendo. Por algo sería; para algo me serviría; algo bueno podría sacar de ello. Y, claro, una vez más, acerté.

En el Camino de este año he aprendido nuevas lecciones, que puedo sumar a las que asimilé en peregrinajes pasados. Pienso que los efectos más directos de ese aprendizaje van a durar poco tiempo, porque a medio plazo de desdibujan y dejamos de aplicarlos a nuestro día a día. Aunque quizá no sea así: igual esas nuevas certezas se adhieren a mis neuronas, y, desde lo profundo, actúan a su manera y me orientan en mis caminos vitales. Ojalá, Dios lo quiera. Y Buda, también.

De lo aprendido en mi Camino de este año destaco que, cuando tengo cierto espacio, puedo descubrir a un Javi muy libre y muy feliz; que puedo sentirme muy solo en medio de una multitud; que tengo herramientas para combatir la soledad, y encontrarme con personas (y personajes) que merecen la pena; que muchas veces el ritmo que he aprendido a adoptar en la vida (apresurado, urgente, ansioso) no es el que más me beneficia, ni el que más satisfacciones me da; que me resulta fácil compartir, y compartirme; que algunos encuentros no ocurren por casualidad; y si son casuales, da igual, porque deben producirse, tienen siempre un sentido. Y, por encima de todo, he asumido que no tiene nada de malo aceptar la ayuda que me ofrecen. Porque cuando alguien te ayuda, es porque quiere, porque te quiere, y obtiene también una satisfacción en ese gesto.

Podría contar mil anécdotas de este Camino, que ha tenido como lema la frase “Me voy a cagar en tu puta madre” (repetida mil veces, con grandes risas y jaraneo). Pero me quedo con una, relacionada con lo que he dicho un poco más arriba de aceptar ayuda. En una de las etapas yo estaba fatal de los fatales, con una rodilla destrozada que apenas me permitía andar. Mis coleguitas del Camino iban a caminar 30 kilómetros, pero yo no podía, no me veía capaz, y pensé quedarme a mitad de la etapa. Cuando me vio dando más jojetás que el “Pozí” con una prótesis de cadera, Juliana me ayudó a encontrar un ritmo más saludable para mí; me animó a continuar caminando con el grupo; y Javi (otro Javi, encantador) se ofreció a llevarme la mochila. Me costó mucho aceptar ese gesto, aunque mi corazón quería seguir andando para llegar felizmente a Santiago con ese grupito tan heterogéneo y magnífico que ya habíamos formado. Ellos dos (Juliana y Javi), junto con Abel, Lidia, Óscar, Gema y Pilar, con su cariño y entusiasmo y energía, pusieron alas a mis pies para culminar la que a la postre fue una de las etapas más especiales de este Camino. Se lo agradezco enormemente. A tod@s ell@s.

Vale, ya; ya termino, que me he embalado y me queman las palabras en los dedos. Pero antes, por poner una bandera como hito de esta actualización, quiero mencionar muy brevemente los dos grandes eventos de mi Camino de Santiago 2019: el encuentro con Juliana (inesperado, revelador, indescriptiblemente bello)… ; y la inspiración de Mercedes Navarro, amiga del alma que ha caminado a mi lado y me ha llevado en volandas en cada uno de los pasos que he dado. Tanto durante el Camino, como después. Y no digo más, que me emociono.

Estoy que me salgo del teclado. Es que llevo mucho tiempo sin hablar.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

REENCONTRARSE



Uno se va construyendo día a día, beso a beso, abrazo a abrazo. Golpe a golpe, también. Lo que yo soy - pienso ahora - es resultado de la suma de muchas influencias. En realidad, más que la suma, diría que es el producto, porque hay situaciones que multiplican exponencialmente los sentimientos, las ideas y las capacidades que ya estaban ahí, incipientes, en lo más profundo de mi carga genética. La educación que me ofrecieron en la infancia; los afectos y desafectos que ya viví; las consecuencias de las distintas encrucijadas a las que me enfrenté; las presencias y las ausencias; el influjo (lacerante – pocas veces – y enormemente enriquecedor – las más - ) de las personas que me han ido acompañando: todo eso soy yo, resumido y concentrado en un pequeño cuerpo, a veces muy frágil, a veces fortísimo. Así lo siento hoy, al menos: mi identidad (o mis identidades, que son, contradictoriamente, una y muchas) se han ido forjando con el correr de los años (45 serán, dentro de nada), hasta construir al Javi que conocéis y (afortunadamente, muchos) amáis. En determinado momento; a determinadas edades, uno sabe más o menos quién es: cuáles son sus valores; qué virtudes admira, y qué actitudes desprecia; con quién quiere juntarse, y con quién no. Subrayo lo de “más o menos”, porque la tarea del arquitecto no termina nunca (al menos, eso deseo yo), y siempre quedan arbotantes, gárgolas, ventanales y fornituras que sumar a la catedral (qué pomposo) de nuestro ser. Pero cierta base; la estructura fundamental; los pilares que nos definen y nos distinguen del resto de seres humanos que habitan este abarrotado mundo nuestro, ya están ahí. Y, si nos gustan, permanecen.

Aun ocurriendo todo eso así, como lo describo más arriba; sucede que en ocasiones, nos perdemos. Así me he sentido yo, durante bastante tiempo. Bueno, no; perdido no. Olvidado de mí mismo; agazapado; adormecido; entregado a causas y objetivos y deseos que no son los míos. Sé a ciencia cierta que hay más gente que se siente así, o que ha pasado por ese trance alguna vez en su vida. Nuevamente, resulto poco original. En mi caso, ese periodo ha durado algunos años, y ha sido progresivo: he ido desdibujándome, relagándome; encerrando mi yo más auténtico (con su carga de afectos, de sentimientos, de expresiones, de cualidades y de brillo) en un lugar oscuro por mor de…. Bueno, vamos a dejarlo ahí: “por circunstancias que no vienen al caso” (expresión ésta que uso yo mucho cuando quiero evitar hablar de determinados asuntos). Seguro que much@s de mis lector@s saben a lo que me refiero. ¿El motivo? Podría decir que lo he hecho por amor, pero mentiría. Ha sido por miedo. Puro y simple miedo, en su versión más progresiva y paralizante. A través del miedo se pueden obtener muchas cosas de mí, esto lo he dicho yo siempre, porque es así. Muchas. Muchísimas. Hasta mi cuasi-desaparición. No es un buen camino, en cualquier caso. Al menos, no es un camino que yo recorra felizmente. Me deja muchas lesiones.

De esta época oscura (sin dramatismos) no me apetece nada hablar. En cambio, sí quiero decir que tengo la firme voluntad de reencontrarme. Y reencontraros. Está siendo un trabajo un poco lento, porque el Javi de siempre (el que soy, el que conocéis, el que quiero ser) está sepultado bajo algunas capas de vertidos tóxicos que tienen efecto a medio – largo plazo. Vivir en Chernóbil ha sido solo responsabilidad mía, y salir de allí, también. En ello estoy, debo purificarme de tan altas dosis de radiación. Y esta vez quiero – necesito – hacerlo bien: sin escapar, sin huir, sin adormecerme. Sin sustituir una sustancia tóxica por otra. Me veo capaz, y capataz. Con la ayuda de toda esa gente que, milagrosamente, me ama, seguro que lo consigo.

En ese camino, trato de recuperar asuntos míos que tenía abandonados. Releo mis textos antiguos, recuerdo emociones pasadas… y retomo este blog. Escribir este texto de hoy (que quizá solo me importe a mí) significa, en algún sentido, volver a casa. A mi cybercasa. 

Espero que os alegre mi regreso.