sábado, 22 de octubre de 2016

Las Kardashians





La vida está llena de esquinas. Esta frase la utilizo mucho yo, en un alarde (ejem) de originalidad (ejem, ejem). Vale, ya sé que es un topicazo y un lugar común del copón bendito, pero expresa muy bien lo azaroso del destino humano (nótese la contradicción: “azaroso destino”. En fin...). En los últimos tiempos he vivido muchos encuentros, varios reencuentros, y también algunos desencuentros: dolorosos estos últimos, pa qué nos vamos a engañar. Los llevo mal, los desencuentros: tanto los que yo mismo promuevo como los buscados por otras personas (aunque en todos ellos tendré yo mi cuota de participación, supongo). En fin... (otra vez, con sus puntos suspensivos y todo): de ese asunto no quiero hablar hoy, y menos en está rentreé tan inesperada de mis cyberquisicosas. Démosle un golpe al timón, y busquemos brisas más favorables para seguir navegando. 

Por centrarme en lo feliz y en lo festivo, resulta que tras una de esas esquinas de la vida me aguardaba un reencuentro que, por diversas razones, me está dando grandes momentos de regocijo. Los ignotos caminos de la existencia me han devuelto la amistad cotidiana (la cotidiana, porque la amistad así, en general, nunca se fue) con dos mujeres bellas, auténticas, valientes y excelentes en el más amplio sentido de la palabra. Ellas tienen sus nombres reales, of course; pero últimamente me ha dado por llamarlas “las Kardashians”, plagiando la genial idea de un amiguito común. El apodo les viene que ni pintado, porque a glamourosas y dicharacheras no les gana nadie. Y sin inyecciones de cortisona, prótesis, liftings ni nada por el estilo, porque ellas no necesitan nada de eso. Superparanada, osea.

Con las Kardashians me pasó como con otras mujeres excelentes que he conocido: cuando coincidimos por primera vez, en mis turbulentos años de juventud (años en los que yo estaba descubriendo muchas emociones; años de experiencias pioneras, de crecimiento y de vértigo y de felicidad y de liberación y de miedo) ellas me regalaron, sorprendentemente, su amistad y su cariño. Digo “sorprendentemente” porque, una vez más (quizá como fruto de mis obstinados problemas de autoestima), sentí que estaban muy por encima, y muy delante de mí en muchos sentidos. Pero según parece ellas no lo veían así, y me invitaron a compartir con ellas experiencias profesionales y personales, la mayoría de ellas divertidísimas, que nos acercaron así como muy naturalmente. Había risa y complicidad; y hasta asistí a la boda de Manuela, que recibió, por cierto, el regalo nupcial más... estrambótico y peculiar que he hecho en mi vida: un juego de botella de licor y chupitos pintado por el menda con la técnica del falso vidriado. Un truñaco de récord olímpico, vamos. Mojonaco tragapolvo y comemierda simpar. Ahora, con el paso de los años, lo he vuelto a ver y me causa auténtico espanto. Debo decir a mi favor que estaba en esa época más pelao que Aramís Fuster antes de hacerse un Deluxe; y que empleé horas y horas en realizar semejante prodigio de la artesanía. A Manuela, que tiene un punto muy suyo, el regalo le gustó... o al menos eso es lo que ha mantenido todos estos años. De hecho, hasta hoy, la botella y los chupitos ocupan un espacio propio en su casa; y yo, afortunadamente, un pequeño lugar en su corazón. También en el de Mª José, “la Villa”, que siempre me pareció inteligentísima, divertida y buena gente.

Luego, con el devenir de nuestras respectivas existencias, las Kardashians y yo dejamos de coincidir tan a menudo, aunque nuestro cariño seguía vivo desde la distancia. A Mª José la veía de vez en cuando, por motivos profesionales, sobre todo. Con Manuela hablaba de tarde en tarde, y siempre me sacaba una sonrisa con la coña de su alma blanca y las anécdotas compartidas de nuestros años lidiando con frikis (pero frikis, frikis del mismísimo centro del Planeta Friki, que merecen su propia actualización). Sabía de ellas, me alegraba de sus triunfos y me conmovían sus tribulaciones. Había, como he dicho, un cariño sostenido desde la distancia. Hasta que, hace relativamente poco tiempo, tras una de las esquinas de mi vida, me las volví a encontrar.

Yo sabía que las quería y las admiraba. Lo que no sabía, desde luego, era lo importantes que iban a volver a ser en mi día a día, juntas y por separado. Porque, curiosamente, hemos vuelto a coincidir en el tiempo, en el espacio... y más allá: en un lugar del corazón habitado por quienes atraviesan momentos vitales muy parecidos (“etapas”, diría una que yo me sé). Supongo que alguna vez les he dicho lo balsámicos, medicinales y curativos que han sido (que siguen siendo) los ratitos que echo con ellas. Por si acaso, lo dejo escrito aquí, en este foro público, para conocimiento del mundo en general: las quiero, las admiro y las necesito mucho en Sevilla, en Estambul, en Ibiza o allá donde nos lleven las ofertas de vuelos por internet (espero que sea a muchos sitios muy lejanos). Su valentía, su coherencia y su sinceridad son una continua fuente de inspiración para mí. Y encima me hacen reír tela, las joías.

Así que gracias, Kardashians: por acompañarme, por contar conmigo, por escucharme y aceptar el papel de confidentes que a menudo os asigno; por quererme, por no juzgarme y por dejarme “ser yo mismo” (expresión que odio con toda mi alma, pero que aquí viene muy al caso). Os quiero tela.

NOTA: llevaba tiempo pensando en publicar esta actualización, y al final he tenido que escribirla a trompicones, de salta en salto. No sé si me ha quedado muy allá. Rehola, en cualquier caso. Seguimos vivos...