lunes, 3 de diciembre de 2012
Cyberamiguitos
Hablaba el otro día con una amiga de las relaciones cybernéticas; y de cómo el proceloso mundo de internet y las redes sociales está cambiando nuestra forma de mantener el contacto con otros seres humanos (o lo que sea). Este asunto daría para mil o dos mil actualizaciones, ya lo sé. Pero voy a intentar (glups!) ser aproximadamente concreto y hablar de los temas que me llaman más la atención. Seguro que al final no lo consigo. Lo de ser concreto, digo.
A mí me interesa mucho la gente. Lo digo así, en general, porque siento una enorme curiosidad hacia las personas. No me oculto en absoluto: soy un cotilla redomado y empleo parte de mi tiempo en bichear qué hacen mis congéneres con su atribulada vida; qué dicen, qué piensan, con quién se relacionan y cómo se fotografían. Por eso me gustan tanto las redes sociales: porque son un agujerito abierto a las existencias ajenas... O, todavía mejor, son una ventana a la fantasía que otros individuos construyen en torno a su propia vida. La gente esto lo critica mucho: se dice que lo que leemos en el facebook es una falsedad, una mentira elaborada para hacernos parecer estupendos ante un público multitudinario. Puede que quienes así piensan lleven mucha razón; pero a mí es que eso me parece algo muy saludable. Sólo hay que aceptarlo y disfrutar de esa pequeña (o no tan pequeña) impostura.
Sí: en general lo que mostramos en las redes sociales es una imagen relativamente distorsionada de nosotros mismos. También ocurre cuando conocemos a otra persona, o cuando iniciamos un romance: tratamos de parecer mejores de lo que somos; o de mostrar nuestro perfil más favorecedor. Y el que no lo haga... pues ya me parece un pelín enfermo, porque para airear nuestras miserias ya habrá tiempo y espacio, digo yo. No creo que haya que criminalizar tanto esa concesión a la fantasía: recrear, a través de la red, una identidad que nos parece atractiva; ser (aunque sea sólo virtualmente) la persona que nos gustaría ser... Bueno, eso debe tener algo de terapéutico. Otra cosa es confundir realidad y ficción; despegar los pies de la tierra y obsesionarse comparando la (presunta) vida de los demás con nuestra existencia cotidiana, más o menos anodina, más o menos rutinaria. Eso sí que me parece peligroso. Pero para poner cada cosa en su sitio nos ha dado la naturaleza un cerebro mínimamente bien amueblado. Vamos, digo yo.
Llevo muchos años relacionándome con gente a través de internet: con algunos he llegado a tener contacto más allá de la pantalla del ordenador, y en general he sufrido pocas decepciones. Con otros... Bueno, en realidad es que no me interesa que la relación pase de lo virtual a lo real. ¿Por qué debería ser así? ¿Qué tiene de malo ser simplemente cyberamigos, o cyberconocidos, o cyber...loquesea? Mantengamos ese contacto sutil a través del teclado del ordenador; dejemos que nuestra fantasía nos imagine siempre estupendos, felices, guapos y juerguistas... Y quizá algún día la vida se encargue de reunirnos. O quizá no.
Esto lo sabía yo: al final me he ido por las ramas y he dejado mil cabos sin atar en esta actualización. Tendré que aceptarlo, es mi naturaleza.
martes, 13 de noviembre de 2012
Creatividad catódica
viernes, 9 de noviembre de 2012
¿Casarse... o no?
Lo confieso: me he pensado (un poco) escribir y publicar esta actualización. En estos tiempos en que la idea de lo políticamente correcto va estrechando sus márgenes (y nuestro espíritu crítico); cualquier comentario que parezca ir (o que directamente vaya) a contracorriente tiende a ser malinterpretado. Pero le comenté el otro día a una amiga que intento no avergonzarme ni de mis gustos ni de mis disgustos... ni tampoco de mis ideas, aunque a muchos puedan parecerle peregrinas; o directamente, bárbaras.
Resulta que el Tribunal Constitucional ha resuelto que le matrimonio entre personas del mismo sexo no entra en contradicción con lo que dice la carta Magna. Al margen de debates más o menos obtusos; y de excentricidades ideológicas o morales que no merecen ni una mínima discusión; al margen de eso, digo, parece que hay una aceptación social bastante amplia del asunto. Que los gays podamos casarnos en igualdad de condiciones que los heterosexuales es una buena noticia, desde luego: supone la ampliación de un derecho, y eso (al menos yo lo veo así) siempre hay que celebrarlo. Otra cosa es lo que yo piense de la institución del matrimonio; y de hasta qué punto el Estado (laico) debe entrar en materias tan personales e íntimas como las relaciones sentimentales o sexuales que se establecen entre las personas adultas. Ahí ya podemos discutir un poquito más.
Digo yo: ¿por qué puñetas tengo que pasar por el trámite del matrimonio (con lo que eso supone, en muchos sentidos) para que el Estado reconozca mis vínculos de convivencia con una (o más) personas? ¿Por qué no pueden ser reconocidas, al mismo nivel que la establecida entre los cónyuges, otras formas de cohabitación, igual de íntimas y razonables? Tres hermanas solteronas que comparten una vida de fatigas (conozco casos concretos); dos amigos que forjan entre ellos unos vínculos más fuertes que los familiares; ¡tríos, cuadrillas de colegas o comunidades hippies! Afortunadamente, las formas de relacionarnos son tan diversas como el propio ser humano. ¿Por qué esas otras maneras de vivir no tienen una cobertura legal y administrativa equiparable a la del matrimonio? Eso, por no hablar del derecho de todas esas personas que hacen vida en pareja; son padres o madres; han construido esa cosa tan extraña que llamamos familia; y no quieren casarse simplemente porque no les da la gana. ¿Qué pasa con ellos? ¿Deben seguir conformándose con esa figura descafeinada de la “pareja de hecho”, como si fueran cónyuges de cascarilla? El mundo evoluciona, la sociedad cambia; evolucionemos, pues con él. Y el camino hacia la igualdad tiene todavía muchos frentes abiertos.
Por todo eso, a mí me habría gustado mucho más una reforma auténticamente profunda del Código Civil; la desaparición de la figura del matrimonio, y su sustitución por una nueva fórmula (¿podría llamarse unión civil?), mucho más abierta y plural, en la que cupieran todas esas formas de convivencia que hoy por hoy existen, pero no encuentran reflejo (ni protección de ningún tipo) en el ordenamiento jurídico. Así que, vale, de acuerdo: celebro lo del matrimonio gay; pero me parece un paso breve, incompleto, insuficiente y pacato.
Verás la de amiguitos que me busco expresando esta opinión. ¡Ay, MadredelAmorFermoso! ¿Por qué me meteré yo en estos berenjenales?
lunes, 5 de noviembre de 2012
Tele... lo que sea
Sí, qué pasa, yo veo Gandía Shore. Eso, y otros muchos programas de los llamados “telebasura”. Pero vamos, que no soy el único: millones de personas se dejan hipnotizar ante el televisor cada día para asistir a espectáculos más o menos bochornosos, más o menos surrealistas, más o menos esperpénticos. En cuanto al daño que la contemplación de estos circos catódicos puede provocar en nuestras cansadas neuronas... Bueno, el telediario me parece también muy perjudicial, y nadie lo critica. O quizá sí.
Se habla mucho de la telebasura; de lo que es y de la influencia que tiene en la sociedad en la que vivimos. Yo, que he trabajado en programas de muy diferente tipo y condición, pienso que lo más hediondo que he hecho no ha sido siempre lo que muchos considerarían desecho auduivisual. Vamos, que he trabajado en programas de cierto prestigo (o con pretensiones de “programas serios”); y puedo asegurar que el grado de manipulación; y la nula voluntad por ser rigurosos han sido la nota dominante. No siempre, por supuesto. Pero en muchos casos, sí.
Quizá por esa razón, prefiero reírme un rato con inventos extravagantes que aceptan su propio carácter lúdico, y no intentan disfrazarse con las ropas de lo intelectual. Los disfruto como puros divertimentos; concesiones a la frivolidad, que tanta falta nos hace en los tiempos que corren. Al menos la frivolidad deliberadamente aceptada; la que no va de nada, ni afecta a cuestiones transcendentales, política, social o humanamente (si se me permite la expresión). Puestos a definir la telebasura, más perniciosos me parecen esos programas matinales en los que algunos buitres de la comunicación se empeñan en hacer espectáculo de las miserias ajenas. ¿Afán informativo? ¿Ánimo de denuncia? Puaj y repuaj: yo vivo desde hace años al otro lado de las cámaras, y sé que en la gran mayoría de los casos lo único que se persigue es un buen dato de audiencia. Le pese a quien le pese; caiga quien caiga. Sin importar el rigor informativo; ni por supuesto la dignidad de quienes atraviesan situaciones terríblemente dramáticas.
Por eso prefiero esas trivialidades tan de mentira, tan absurdas y tan... tan... pedestres, podría decir. Vale que “Gandía shore” (con su florido lenguaje y su elegante estilo... ejem) es un ejemplo bastante extremo, pero ahí van varios formatos que me divierten sin más. Supongo que almas más sensibles que la mía pueden sentirse agredidas por esta sarta de ordinarieces que a continuación enumero. Pero a ell@s les puede servir como lista de programas a evitar. Sólo por eso ya merece la pena prestarle atención:
“¿Quién quiere casarse con mi hijo?”. Programa de estupenda factura, divertido hasta límites insospechados y muy fácil de consumir. La primera temporada fue mejor que la segunda... pero ésta nos está regalando momentos gloriosos, como los monólogos de la (maravillosa) pretendienta china; o las ingeniosas salidas de la madre del gay gallego;
“El juego de tu vida”. Brutal hasta decir basta, me fascina que la gente se preste a arrastrar por el suelo su imagen pública (y privada) con tal de ganar un puñado de euros. Y la impasibilidad de la presentadora al escuchar determinadas barbaridades... Bueno, eso ya no tiene precio.
“Más que amigos”. Adolescentes americanos que se arriesgan al mayor de los ridículos declarándose a sus mejores amigos frente a millones de espectadores. Tan patético como delicioso. En general, cualquier “dating show” de la MTV merece una tarde de risas, asombro y palomitas. Advertid@s quedáis;
“Enfermedades vergonzantes”. Lo explícito llevado a sus últimas consecuencias. Una delicatessen para paladares poco escrupulosos... y estómagos de hierro, también. Pero es que a mí todo lo relacionado con la medicina me da un morbo tremendo;
“Tu estilo a juicio”. Decirle a una persona que es un auténtico escombro; y que tiene peor gusto que Ana Obregón eligiendo ropa interior debe ser muy liberador; y nos ofrece momentos de gran jocosidad. Me gusta, me gusta...
“My supersweet sixteen”. Más adolescentes americanas, esta vez mostrando su insoportable pijerío y despotricando contra todo y contra todos para conseguir una superfiesta perfecta (osea). Lo veo como el paradigma de la sociedad de consumo, expuesto ahí, a lo bestia.
¡Ay! Se me acaba el tiempo. Pido disculpas porque se queda en el tintero otro montón de formatos imprescindibles. De mi afán por el teletienda y los programas de echadores de cartas quizá deba hablar otro día. O a lo mejor no, porque a este paso no me va a quedar ni un solo seguidor en el blog. Con lo formalito que me estaba quedando todo. En fin: tarde o temprano tenía que aparecer esta faceta mía. Qué le vamos a hacer. Es lo que hay.
lunes, 29 de octubre de 2012
Olvidos recurrentes
Pues eso, que he leído unos cuantos artículos de la Constitución, por si mi memoria fallaba y lo que recuerdo de mi época de estudiante no se corresponde con la realidad. Y no, no estaba yo equivocado: además de la integridad territorial de España y demás zarandajas que tanto aparecen últimamente en los medios de comunicación, el texto constitucional recoge otras quisicosas; detallitos sin importancia; pequeñas alusiones a ciertos derechos que, no sé por qué, nadie reivindica a voz en grito. Quizá si estuvieran pintados con los colores de alguna bandera....
Os dejo tres o cuatro de esos artículos que sorprendentemente nadie reivindica; lo mismo algun@ ve cierta relevancia en ellos.
Artículo 35: Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia.
Artículo 40: Los poderes públicos promoverán las condiciones favorables para el progreso social y económico y para una distribución de la renta regional y personal más equitativa, en el marco de una política de estabilidad económica. De manera especial, realizarán una política orientada al pleno empleo.
Artículo 42: El Estado velará especialmente por la salvaguardia de los derechos económicos y sociales de los trabajadores españoles en el extranjero y orientará su política hacia su retorno.
Artículo 47: Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.
Que cosas, ¿verdad? Eso también lo pone en la Constitución. Bien clarito, además. A ver si alguien se acuerda de vez en cuando.
lunes, 22 de octubre de 2012
Salir del armario
A lo largo de los años he coincidido con muchos otros homosexuales y lesbianas; y algunos me han contado cómo vivieron ese día tan trascendente en que hablaron abiertamente de su orientación sexual (me gusta más llamarla orientación sexo-sentimental... pero eso daría para otra actualización). Cada cual cruzó ese Rubicón por un puente distinto, pero al final casi todas las experiencias comparten una misma esencia: la del silencio que estalla en una especie de carcajada, cargada muchas veces con ciertas dosis de dramatismo. Salir del armario es una experiencia vertiginosa; y contar cómo pasó, sobre todo cuando ha transcurrido cierto tiempo y podemos recordar ese momento con cierta perspectiva, suele proporcionar grandes ratos de risa. Porque hasta las situaciones más dramáticamente conmovedoras acaban resultando cómicas con el paso de los años. Y reírnos de lo que en otro tiempo nos hizo sufrir me parece un ejercicio muy eficaz para mejorar nuestra salud emocional.
Pues eso, que lo de salir del armario da para un millón de anécdotas, que van de lo trágico a lo ridículo, pasando por toda la gama posible de reacciones humanas. En una época acaricié la idea de recopilar esas experiencias (de amigos, de conocidos) en un libro a caballo entre lo humorístico y lo desgarrador. Pero mi connatural pereza convirtió esa idea en otro de mis proyectos nunca realizados. Quizá algún día...
Mientras llega ese momento; y a cuenta de esa celebración internacional de la que hablaba al principio, he estado recordando alguna salidas del armario que me impactaron por su intensidad, su carácter dramático o su absoluto surrealismo. Me viene a la cabeza lo que le pasó a un chaval que, tras años de angustia vital e incluso un intento de suicidio, acabó confesándole a su madre que le gustaban los chicos. Bueno, lo que le dijo en realidad fue: “Mamá, tengo que contarte algo importante; algo que quizá haga que te enfades, o que me retires la palabra y me rechaces de por vida”. La madre, muy angustiada, le contestó: “Hijo, sé que llevas mucho tiempo sufriendo; y piensa que, sea lo que sea lo que te pasa, siempre contarás con mi amor incondicional”. El hijo se armó de valor y le espetó: “Lo que me pasa... es que soy gay”. La madre, acusando la violencia de un enorme impacto emocional, al borde de las lágrimas, le respondió: “Hijo mío.... Vamos a hacer una cosa. Nos tomamos un Lexatín cada uno; nos acostamos; y mañana lo hablamos más tranquilamente”. Así lo hicieron madre e hijo. Y a la mañana siguiente, tras largas horas de preocupación e insomnio, la madre se acercó llorosa a su hijo y le soltó: “Lo he pensado mucho, y creo que esto podemos superarlo juntos, pero.... ¿me puedes decir qué es “gay”. Porque no tengo ni idea...”.
Creo que esta historia resume bien la incertidumbre; la angustia anticipatoria; y el enorme nudo de dolor y miedo que a veces creamos en torno a esas situaciones futuras que nuestra calenturienta imaginación se empeña en adornar con detalles morbosos. Suele ocurrir que luego, cuando todo ocurre, la realidad es menos dramática de cómo la habíamos imaginado. O quizá no... pero eso ya lo pensaré mañana.
lunes, 15 de octubre de 2012
Cuestión de imagen
En estos últimos días he oído en varios medios la frase “tenemos que mejorar la imagen de España”. Es una idea que se repite con respecto de muchas otras realidades: “hay que mejorar la imagen de los políticos”; “debemos mejorar la imagen de los periodistas”. Incluso nosotros, en nuestra atribulada vida cotidiana, luchamos con denuedo por mejorar la imagen que proyectamos. Queremos parecer más bonitos, más atractivos; quizá con el saludable propósito de que nos quieran y nos toleren mejor. Esta preocupación por la estética tiene mucha tela que cortar; pero donde quiero llegar hoy en esta especie de reflexión (escrita así, a vuelapluma) es a lo que esta obsesión enmascara, o directamente ignora.
En vez de mejorar la imagen de España, ¿no convendría emplear el tiempo y la energía en construir una España más buena? En lugar de ponerle colorete y brillantina a la foto de los políticos, ¿no resultaría más productivo ir al fondo de la cuestión, y sanear a esa casta de dirigentes que tenemos, para que SEA mejor (y no sólo lo parezca)? Ya sé que a veces los límites entre la ética y la estética resultan bastante difusos, pero... es que, de verdad, parece que nos hemos acostumbrado a vivir en una realidad de cartón piedra, empeñados en deslumbrar a los demás con una cáscara de lentejuelas; y ya nos parece tolerable que las montañas de hedionda basura se acumulen... siempre que sobre ellas luzcan deslumbrantes alfombras orientales. En vez de hacer lo posible por enmendar nuestras carencias, nos empeñamos en disimularlas tras una máscara de falsa belleza (belleza física, moral o intelectual) ¡Si pasa hasta con las verduras! Consumimos más las que parecen buenas. Pero al final, cuando catamos un tomate de esos de huerto, imperfecto en su deformidad pero absolutamente delicioso... sentimos una especie de placentero cosquilleo que nos reconcilia con la desnuda verdad de las cosas auténticas. Así que en el fondo no es tan fácil engañarnos.
Por razones íntimas y personales todo lo “New Age” (en cualquiera de sus formas) me produce bastante rechazo; pero reconozco que los consumidores de libros de autoayuda; los que buscan un crecimiento personal en las estrellas, los ángeles o el budismo tibetano; me producen cierto grado de envidia y un punto de sincera admiración. Al menos ellos están preocupados por convertirse en personas mejores; se sustraen a toda esta frivolidad que nos rodea y trabajan en el SER más que en el APARENTAR. Claro que eso exige un mínimo de espíritu autocrítico, algo de lo que andamos bastante cortitos en este mundo tan raro que nos ha tocado habitar. Quizá ese resurgimiento de todo lo espiritual sea una reacción espontánea a tanta obsesión por lo superfluo. Ojalá que dé sus frutos, en cualquier caso.
Pero mientras esos frutos llegan (si llegan, claro está); hoy más que nunca tiene sentido la letra de la preciosa canción del musical “Chicago” que encabeza esta actualización. Un beso gordo a mis escasos (pero selectos) lectores. Seguimos vivos... y observando.
lunes, 17 de septiembre de 2012
New York, New York
A muchos de mis amigos ya los he agotado con mis entusiastas comentarios acerca del mi reciente viaje a Nueva York. Si eres uno de ellos, y aún te quedan ganas de conocer los detalles de esas vacaciones; o si no estás en ese grupo, y te apetece compartir la sombra del recuerdo de lo que allí viví; aquí tienes mi diario de viaje.
http://www.losviajeros.com/Blogs.php?b=8170
Qué mono me ha quedado...
miércoles, 5 de septiembre de 2012
De bruces
Pues sí, se acabó el verano. Tristemente, porque he vivido unas vacaciones fantásticas. Por resumir mi periplo: Tarifa, Almuñécar, Manilva, Conil, Cabo de Gata y Nueva York; con paradas intermedias en mi Málaga natal. Han sido días intensos de playa, sol, amistad y amor. Pero sobre todo estas vacaciones me han concedido un paréntesis; un breve oasis en este desierto tan desazonador en el que nos movemos últimamente. Porque este país está pa emigrar. Literalmente.
He evitado hablar del “temita” (así es como he decidido bautizar al omnipresente asunto de la crisis y sus efectos colaterales) porque, lo reconozco, abordar este asunto me inquieta y me pone de los nervios. Yo no sé nada de macroeconomía; ni había oído hablar en mi vida de la prima de riesgo; ni me interesa en absoluto cómo se mueven los mercados financieros. Tampoco me pagan para eso, la verdad: se supone que tenemos gestores muy versados en esos asuntos, financiados por todos para manejar esas quisicosas y evitarnos a los ciudadanos semejantes quebraderos de cabeza. Por otra parte, la descarada demagogia y las continuas patrañas que nos cuentan cada día desde distintos foros (interesados todos, despreciando de manera repugnante nuestra capacidad intelectual) provocan en mí altos sentimientos de indignación; por eso intento aislarme al máximo de semejante sarta de mierda verbal. De la apocalíptica marea de mediocridad de “nuestra” clase política casi prefiero ni hablar: ellos, empeñados en sus despreciables batallas; defendiendo sus miserables bastiones, no merecen ni mi atención, ni mis comentarios. Pero hoy sí quiero reflexionar acerca de algunas actitudes que últimamente observo a mi alrededor. Son comentarios e ideas que me llegan de gente de muy distinto pelaje ideológico, social y vital. Ideas que poco a poco van calando; que ya se han instalado a nuestro alrededor... y que, la verdad, me dan bastante miedito.
Yo, que siempre he sido muy de las teorías de la conspiración y arrastro cierta tendencia paranoide; veo perplejo cómo determinados mensajes; esos mantras que nos están repitiendo sin parar; han calado en gran parte de la población hasta el punto de haberse convertido en verdades (cuasi) universalmente aceptadas. Aquello de “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”; “el sistema es insostenible”; “estos sacrificios son dolorosos pero imprescindibles” me suena a cantinela barata y a cháchara de la peor estofa; pero son frases que han traspasado la pantalla y ahora suenan en la boca de muchos conocidos y amigos. El efecto me recuerda un poco a lo que ocurrió con la palabra “terrorismo”: un vocablo que, de tan repetido, ha perdido su genuino significado; y ahora sirve para justificar cualquier acción política o militar má so menos arbitraria (“no, no, a estos hay que destruirlos porque son terroristas”. Se dice así, bien alto y bien claro... y con eso basta).
Pues eso, que de un plumazo nos han convertido a todos en despilfarradores; en gentuza que sólo piensa en dedicarse al mal vivir; en vagos, maleantes, parásitos o simples mequetrefes ávidos de consumir los recursos del Estado; lectores mañaneros de la prensa diaria; desayunadores compulsivos; ciudadanuchos que no merecemos ni el aire que respiramos. Se ve que la cosa funciona así: una mentira repetida mil veces se acaba convirtiendo en verdad. Como si realmente el origen de todos nuestros pesares estuviera precisamente ahí. En fin...
El caso es que, al final, nos han convencido de que la economía es mucho más importante que las personas; nos han hecho comulgar con esta farsa de presunta democracia, hipnotizados con aquello de que éste es el mejor sistema de los posibles. Y así, sumidos en una especie de éxtasis que se alimenta de miedo; con sus mensajes adecuadamente empaquetados y salpimentados de irresponsabilidad; han conseguido que veamos enemigos por todas partes. Que se recorte; que se cierre; que se expulse; que se privatice. Es necesario, es imprescindible, es fundamental. Y mientras tanto, los lobos siguen vigilando a los corderos.
Me ha salido un texto bastante espeso y un poco críptico. Pero lo que realmente quería yo decir es que me parece horrible que se le niegue la asistencia sanitaria a nadie. Me parece horrible y peligroso. Y que a la gente esa ideíta le parezca normal... pues eso me da más miedo todavía.
jueves, 12 de julio de 2012
Gracias
martes, 3 de julio de 2012
Alegría
martes, 19 de junio de 2012
El síndrome de Pretty Woman
martes, 12 de junio de 2012
La sorpresa de la injusticia
domingo, 10 de junio de 2012
El techo del mundo
sábado, 9 de junio de 2012
Perpetuándonos... o no
Resulta que, en los últimos meses, varias amigas y conocidas se han
convertido en madres, o están a punto de alumbrar a sus retoños. Yo
siempre he tenido (y sigo teniendo) muy claro que la procreación no
entra en mis planes. ¿La razón? Podría dar muchas, pero en realidad basta una, que es (pienso
yo) la más importante de todas: no quiero tener hijos. Así de fácil, y
así de claro. Pero con tanto nacimiento me
ha dado por darle vueltas a eso de la paternidad: ¿por qué quiere la
gente (así, a lo bruto, en general) tener descendencia? ¿Qué mecanismo
(social, biológico, atávico o cultural) empuja a tantos seres humanos a
prorrogar nuestra presencia en el Universo a través de una nueva
generación? Imagino que, en mi misma línea argumental, casi todo el
mundo me respondería lo mismo: “tengo hijos porque quiero”. Me parece la
respuesta más contundente, más clara y más incontestable: la voluntad,
simple y llana, da sobrada validez a nuestros comportamientos. No
hay por qué mirar más allá, ni buscar otras justificaciones. Lo hago
porque quiero. Y con eso debe bastar.
Pero yo, que tengo cierta tendencia a plantearme cuestiones inútiles,
me lo pregunto: ¿por qué tiene la gente hijos? O mejor, ¿para qué lo
hacen, qué buscan cuando toman esa decisión? Si le quitamos a la
maternidad (también vale para la paternidad) todo ese halo romántico que
suele rodearla; si eliminamos el azúcar y la miel, , y dejamos sólo el
hecho desnudo y primordial de la procreación. ¿Qué nos queda? Supongo
que cierta ansia de permanencia; la idea de que, a través de nuestros
hijos, seguiremos, de alguna forma, habitando este mundo nuestro tan
hostil. También la necesidad de avanzar en la vida, de buscar nuevos
objetivos que den cierto sentido a nuestra arbitraria existencia. Y
definitivamente creo que mucha gente tiene hijos porque sí, porque es lo
que toca; porque así es la vida que nos han enseñado a vivir.
Muchos padres envidian (de forma más o
menos explícita) la rutina de los que hemos decidido renunciar al plan
de formar una familia. Se supone que somos más libres; que tenemos menos
preocupaciones, y podemos dedicarnos más frívolamente a disfrutar de
nuestra despreocupada vida. En cierto modo llevan razón: tener hijos
supone una servidumbre que yo (sin ir más lejos) no estoy dispuesto a
asumir. Pero a nosotros, a los “no-padres”, nos queda enfrentarnos al
vertiginoso abismo de elegir nuestros propios objetivos; de buscarnos
metas que realizar, ilusiones que cumplir, sueños que alimentar y,
quizá, llevar a cabo. A veces no resulta fácil ese trabajo. Hay que
tener mucha imaginación; y mucha fuerza de voluntad, en todo caso.
Me ha salido una actualización un
poco extraña. Ya vendrán días más frívolos, espero.