martes, 13 de noviembre de 2012

Creatividad catódica





Una actualización exprés para recomendar el libro que sale en la foto: lo ha escrito Sergio Toledo; que además de querido amigo, es uno de los mejores profesionales con los que jamás he trabajado en esto de la tele. Y no lo pongo en mayúsculas porque me parece una ordinariez. Pero lo pienso exactamente así.

El libro se lee muy fácilmente, y desvela algunos de los secretos que se esconden tras la creatividad televisiva. Me parece interesante para quienes curramos en esto; y también para toda esa gente que algún día ha pensado: "Tengo una idea genial para un programa de televisión. Vamos, un auténtico bombazo. Triunfo seguro". No es por desanimar, pero esas genialidades son en su gran mayoría ingenuidades de lo más peregrinas; repiten ocurrencias ya probadas en otro tiempo o lugar, o resultan directamente inviables, por diversas razones. En el libro de Sergio se explica por qué. Y también se desgranan las cualidades y procesos que han de ponerse en juego para diseñar un éxito de audiencia... ¡o al menos un programa original con cierto potencial en el mercado! Todo de forma muy divertida y accesible.Y no es una forma de hablar.

Leyéndolo me he acordado de la enorme cantidad de formatos en cuya gestación he participado alguna vez. Prácticamente todos quedaron en ideas que nunca llegaron a materializarse, pero sólo el proceso de pensarlos, discutirlos y (en algunos casos) intentar venderlos ya resultó muy enriquecedor. 

También he recordado aquellos años que compartí haciendo televisión con Sergio; y todo lo que aprendí con él (de él), en el ámbito profesional y también en el personal. Fueron días felices, sin duda. Pero yo, que no soy nada melancólico, pienso más en el futuro: en los proyectos que pueden llegar, y con suerte volverán a reunirnos. Ojalá sea así.

Pues eso, que hay que leerse este libro. Hombre ya!

viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Casarse... o no?


Lo confieso: me he pensado (un poco) escribir y publicar esta actualización. En estos tiempos en que la idea de lo políticamente correcto va estrechando sus márgenes (y nuestro espíritu crítico); cualquier comentario que parezca ir (o que directamente vaya) a contracorriente tiende a ser malinterpretado. Pero le comenté el otro día a una amiga que intento no avergonzarme ni de mis gustos ni de mis disgustos... ni tampoco de mis ideas, aunque a muchos puedan parecerle peregrinas; o directamente, bárbaras.

Resulta que el Tribunal Constitucional ha resuelto que le matrimonio entre personas del mismo sexo no entra en contradicción con lo que dice la carta Magna. Al margen de debates más o menos obtusos; y de excentricidades ideológicas o morales que no merecen ni una mínima discusión; al margen de eso, digo, parece que hay una aceptación social bastante amplia del asunto. Que los gays podamos casarnos en igualdad de condiciones que los heterosexuales es una buena noticia, desde luego: supone la ampliación de un derecho, y eso (al menos yo lo veo así) siempre  hay que celebrarlo. Otra cosa es lo que yo piense de la institución del matrimonio; y de hasta qué punto el Estado (laico) debe entrar en materias tan personales e íntimas como las relaciones sentimentales o sexuales que se establecen entre las personas adultas. Ahí ya podemos discutir un poquito más.

Digo yo: ¿por qué puñetas tengo que pasar por el trámite del matrimonio (con lo que eso supone, en muchos sentidos) para que el Estado reconozca mis vínculos de convivencia con una (o más) personas? ¿Por qué no pueden ser reconocidas, al mismo nivel que la establecida entre los cónyuges, otras formas de cohabitación, igual de íntimas y razonables? Tres hermanas solteronas que comparten una vida de fatigas (conozco casos concretos); dos amigos que forjan entre ellos unos vínculos más fuertes que los familiares; ¡tríos,  cuadrillas de colegas o comunidades hippies! Afortunadamente, las formas de relacionarnos son tan diversas como el propio ser humano. ¿Por qué esas otras maneras de vivir no tienen una cobertura legal y administrativa equiparable a la del matrimonio? Eso, por no hablar del derecho de todas esas personas que hacen vida en pareja; son padres o madres; han construido esa cosa tan extraña que llamamos familia; y no quieren casarse simplemente porque no les da la gana. ¿Qué pasa con ellos? ¿Deben seguir conformándose con esa figura descafeinada de la “pareja de hecho”, como si fueran cónyuges de cascarilla? El mundo evoluciona, la sociedad cambia; evolucionemos, pues con él. Y el camino hacia la igualdad tiene todavía muchos frentes abiertos.

Por todo eso, a mí me habría gustado mucho más una reforma auténticamente profunda del Código Civil; la desaparición de la figura del matrimonio, y su sustitución por una nueva fórmula (¿podría llamarse unión civil?), mucho más abierta y plural, en la que cupieran todas esas formas de convivencia que hoy por hoy existen, pero no encuentran reflejo (ni protección de ningún tipo) en el ordenamiento jurídico. Así que, vale, de acuerdo: celebro lo del matrimonio gay; pero me parece un paso breve, incompleto, insuficiente y pacato.

Verás la de amiguitos que me busco expresando esta opinión. ¡Ay, MadredelAmorFermoso! ¿Por qué me meteré yo en estos berenjenales?

lunes, 5 de noviembre de 2012

Tele... lo que sea


Sí, qué pasa, yo veo Gandía Shore. Eso, y otros muchos programas de los llamados “telebasura”. Pero vamos, que no soy el único: millones de personas se dejan hipnotizar ante el televisor cada día para asistir a espectáculos más o menos bochornosos, más o menos surrealistas, más o menos esperpénticos. En cuanto al daño que la contemplación de estos circos catódicos puede provocar en nuestras cansadas neuronas... Bueno, el telediario me parece también muy perjudicial, y nadie lo critica. O quizá sí.

Se habla mucho de la telebasura; de lo que es y de la influencia que tiene en la sociedad en la que vivimos. Yo, que he trabajado en programas de muy diferente tipo y condición, pienso que lo más hediondo que he hecho no ha sido siempre lo que muchos considerarían desecho auduivisual. Vamos, que he trabajado en programas de cierto prestigo (o con pretensiones de “programas serios”); y puedo asegurar que el grado de manipulación; y la nula voluntad por ser rigurosos han sido la nota dominante. No siempre, por supuesto. Pero en muchos casos, sí.

Quizá por esa razón, prefiero reírme un rato con inventos extravagantes que aceptan su propio carácter lúdico, y no intentan disfrazarse con las ropas de lo intelectual. Los disfruto como puros divertimentos; concesiones a la frivolidad, que tanta falta nos hace en los tiempos que corren. Al menos la frivolidad deliberadamente aceptada; la que no va de nada, ni afecta a cuestiones transcendentales, política, social o humanamente (si se me permite la expresión). Puestos a definir la telebasura, más perniciosos me parecen esos programas matinales en los que algunos buitres de la comunicación se empeñan en hacer espectáculo de las miserias ajenas. ¿Afán informativo? ¿Ánimo de denuncia? Puaj y repuaj: yo vivo desde hace años al otro lado de las cámaras, y sé que en la gran mayoría de los casos lo único que se persigue es un buen dato de audiencia. Le pese a quien le pese; caiga quien caiga. Sin importar el rigor informativo; ni por supuesto la dignidad de quienes atraviesan situaciones terríblemente dramáticas.

Por eso prefiero esas trivialidades tan de mentira, tan absurdas y tan... tan... pedestres, podría decir. Vale que “Gandía shore” (con su florido lenguaje y su elegante estilo... ejem) es un ejemplo bastante extremo, pero ahí van varios formatos que me divierten sin más. Supongo que almas más sensibles que la mía pueden sentirse agredidas por esta sarta de ordinarieces que a continuación enumero. Pero a ell@s les puede servir como lista de programas a evitar. Sólo por eso ya merece la pena prestarle atención:

“¿Quién quiere casarse con mi hijo?”. Programa de estupenda factura, divertido hasta límites insospechados y muy fácil de consumir. La primera temporada fue mejor que la segunda... pero ésta nos está regalando momentos gloriosos, como los monólogos de la (maravillosa) pretendienta china; o las ingeniosas salidas de la madre del gay gallego;

“El juego de tu vida”
. Brutal hasta decir basta, me fascina que la gente se preste a arrastrar por el suelo su imagen pública (y privada) con tal de ganar un puñado de euros. Y la impasibilidad de la presentadora al escuchar determinadas barbaridades... Bueno, eso ya no tiene precio.

“Más que amigos”
. Adolescentes americanos que se arriesgan al mayor de los ridículos declarándose a sus mejores amigos frente a millones de espectadores. Tan patético como delicioso. En general, cualquier “dating show” de la MTV merece una tarde de risas, asombro y palomitas. Advertid@s quedáis;

“Enfermedades vergonzantes”
. Lo explícito llevado a sus últimas consecuencias. Una delicatessen para paladares poco escrupulosos... y estómagos de hierro, también. Pero es que a mí todo lo relacionado con la medicina me da un morbo tremendo;

“Tu estilo a juicio”
. Decirle a una persona que es un auténtico escombro; y que tiene peor gusto que Ana Obregón eligiendo ropa interior debe ser muy liberador; y nos ofrece momentos de gran jocosidad. Me gusta, me gusta...

“My supersweet sixteen”
. Más adolescentes americanas, esta vez mostrando su insoportable pijerío y despotricando contra todo y contra todos para conseguir una superfiesta perfecta (osea). Lo veo como el paradigma de la sociedad de consumo, expuesto ahí, a lo bestia.

¡Ay! Se me acaba el tiempo. Pido disculpas porque se queda en el tintero otro montón de formatos imprescindibles. De mi afán por el teletienda y los programas de echadores de cartas quizá deba hablar otro día. O a lo mejor no, porque a este paso no me va a quedar ni un solo seguidor en el blog. Con lo formalito que me estaba quedando todo. En fin: tarde o temprano tenía que aparecer esta faceta mía. Qué le vamos a hacer. Es lo que hay.