lunes, 14 de noviembre de 2016

Elogio de lo friki (o algo así)



Ya que están tan de moda las series, me descuelgo con una actualización tipo spin-off. Vamos, que aprovecho un comentario deslizado en la actualización anterior para inspirarme y soltar varias payasadas de esas que tanto regocijan a mis selectos lectores. Son payasadas auténticas, de verdad de la buena, aunque, como podrá comprobar quien llegue al final del texto, emanan un tufillo surrealista que pa qué las prisas. Bueno, eso si termino escribiendo lo que tengo pensado, cosa que no tiene por qué ocurrir.

Pues eso: comenté, hablando de las Kardashians, que en mis primeros trabajos catódicos tuve la oportunidad de lidiar con una buena mancha de frikis. Aquí debo detenerme un poco, porque el concepto de lo friki merece ser mínimamente desarrollado. Partamos de la base de que así, como idea general, todo lo friki me apasiona. Y esa ya es en sí una actitud bastante friki, la verdad (mierda, ya empiezo a enredarme en madejas verbales).¿En qué consiste ser friki? Acudamos a ese Vademecum de la sabiduría universal que es la Wikipedia para resolver tan magna duda: 


“Friki (del inglés freaky, y este de freak, 'extraño', 'extravagante', 'estrafalario') o friqui es un término coloquial para referirse a una persona cuyas aficiones, comportamiento o vestuario son inusuales. Al conjunto de aficiones minoritarias propias de los frikis se denomina frikismo o cultura friki.”

Maravilloso, lo que yo decía: son – quizá debería decir “somos”- frikis los que (por algún motivo, en algún sentido) se salen de la mediocridad: aquellos que desarrollan gustos, aficiones o apariencias distintos de los del rebaño (o, al menos, de los del rebaño mayoritario, porque los frikis también construyen sus manadas, más o menos numerosas). En el corazón del friki se despierta una pasión tan fervorosa por algo que, pasando por encima de los convencionalismos, lo arrastra a comportarse de una forma que asombra, escandaliza o directamente repugna al universo mainstream. Así visto, lo terrible es pasar por esta vida sin ser, al menos, un poco friki. O eso es lo que pienso yo. Llamadme friki.

Al hilo de estas consideraciones (que tienen mucha tela que cortar, hoy no es el día), resulta fácil imaginar que a mí todo lo friki me despierta una enorme curiosidad, mezclada con un punto de ternura. Por eso llegué a cogerle cierto cariño a algunos de aquellos frikis de mis comienzos profesionales. Trabajaba yo por entonces en un programa de debate. Bueno, eso es lo que me dijeron al contratarme: que era un programa de debate. Luego descubrí que aquel engendro hediondo consistía básicamente en que unos invitados se mataran con los otros en modo "ansia viva". Si llegaban a las manos, eso que llevábamos ganado. Todo finísimo, elegantísimo y muy constructivo para el espectador. El decorado simulaba una especie de circo romano, y mi labor consistía en llenarlo de gladiadores. Cuanto más sinvergüenzas, despotricadores, maledicentes, deslenguados y faltos de respeto, mejor. No hace falta que lo diga: a mí aquello se me daba estupendamente y me horrorizaba a la par. Contradicciones de la vida misma.

No sé por qué (ni quiero pensarlo) mis jefes decidieron encomendarme a mí, en rigurosa exclusiva, el universo paranormal. Yo me pasaba el día colgado al teléfono, charlando con videntes, mesías de distinto pelaje, echadoras de cartas, profetas, estigmatizados, abducidas y otros especímenes de la aristocracia alienígeno-espirutual. Hablaba con ellos muy de tú a tú, como muy naturalmente, y les preguntaba por la última revelación que les había hecho San Judas Tadeo; por cómo se habían sentido al ser inseminadas por un extraterrestre; por la relación con sus amiguitos espectrales, y otras cuestiones cotidianas del mismo calibre. Cositas de andar por casa, lo típico del místico medio. Así dicho puede parecer extravagante, pero uno se acostumbra a todo, y yo ya no levantaba el teléfono por menos de unos buenos estigmas sangrantes. Luego las Kardashians se encargaban de llamar a semejante patulea, y de organizar su traslado hasta el plató, donde eran convenientemente despellejados por otros perlitas de similar calaña. Vamos, que no nos aburríamos ni un poquito. En absoluto.

Mientras escribo, se me vienen a la cabeza mil historias extravagantes, a cuál más disparatada. Pero como no aspiro a escribir la Biblia de lo friki, voy a hacer una modesta selección de mis personajes favoritos de aquella época, elegidos así, a vuelapluma. Juro por lo más sagrado que no exagero ni una pizca. Las Kardashians pueden atestiguarlo. Si queréis, os paso su teléfono y les tomáis declaración. Seguro que estarán encantadas.


La Sansona, en sus años gloriosos

- La Sansona del siglo XX. De nombre Virginia, esta bella (ejem) señora (ejem, ejem) se hizo famosa allá por los tiempos del NODO como “la mujer más fuerte de España”. Por lo visto arrastraba locomotoras de tren que daba gusto verla, y realizaba otras proezas igual de lindas. Pero cuando yo la conocí ya no se dedicaba a tan productivas tareas: según ella, se había convertido en un ser de luz, un alma blanca conectada con estrellas de cuyo nombre no puedo acordarme. Su guía espiritual era un difunto jefe indio, de eso sí que me acuerdo. Y debía darle muy buenos consejos económicos, porque pedía más que un tío sin brazos, la muy joía. Cobraba un pequeño estipendio por venir al programa, pero siempre especificaba que, si queríamos que hablara de su “etapa Sansona” (ella debía ver el tema muy interesante; nosotros, no) teníamos que pagarle un plusecito. También recuerdo que me amenazaba con pegarme si no le daba una camiseta de Canal Sur (camiseta de la que, por cierto, no disponía yo). Y que le tenía pánico a Manuela, ella sabrá por qué. A veces se traía a un fiel vasallo, otro gran intelectual de nombre artístico “el Tarzán”, un exboxeador que cobraba aparte y sentía por “la Sansona” auténtica veneración. Lo raro es que no se hayan presentado a las elecciones de EE.UU. Arrasarían fijo. 

- El señor del semen galáctico. De este buen hombre sólo recuerdo que iba acarreando un lindo bote de cristal (podría haber contenido originalmente espárragos o palmitos, vaya usted a saber) lleno de una sustancia pringosa y de color indefinible. Él aseguraba que era auténtico y genuino semen galáctico. Y ese era su único discurso, su incuestionable mérito, su impagable aportación a la Historia de la Humanidad. Ni más ni menos. Lo llevábamos al plató para que mostrara el bote y dijera tres o cuatro paridas sin sentido, porque no daba para más.

- La vidente marbellí. Marisa era rubia teñida, y se había operado en varias ocasiones. Ella iba de vidente auténtica, de las de poderes sobrenaturales deverdaddelabuena, como se encargó de subrayar cuando, en su primera intervención, y refiriéndose al resto de invitados, dijo: “que vaya por delante todo mi respeto por estas personas que hay hoy aquí, pero pido por favor que no me comparen con semejantes sinvergüenzas y estafadores”. Ella... ¡ella! Que conducía un Jaguar verde y lucía más joyas que Sara Montiel, todo gracias a su consulta de videncia y sanación. Eso sí: tenía una vena en el cuello que, cuando insultaba a gritos al resto de “contertulios”, se le hinchaba hasta adquirir el grosor de una morcilla de Burgos. Ahí os dejo esa imagen, para vuestro regocijo.


El Penumbra, ya convertido en celebrity


- El Penumbra. Muchos lo conoceréis, porque Jesús Quintero se encargó de proporcionarle fama mundial. El Penumbra, genio y figura, era mucho. Pero mucho, mucho. Reproduzco de memoria la conversación que tuvo con Manuela, cuando lo llamó para gestionar su traslado hasta el plató:

- MANUELA: Hola, soy Manuela, de Canal Sur. Te llamo para organizar tu participación en el programa. ¿Me dices tu nombre completo?

- PENUMBRA: El Penumbra.

- MANUELA: No, ya... sí.... Pero digo tu nombre real, cómo te llamas de verdad.

- PENUMBRA: El Penumbra. Me llamo el Penumbra 

- MANUELA: Vale, bueno. Da igual. ¿Dónde vives? Es para mandarte el taxi.

- PENUMBRA: Pues mira, vivo en un bloque de pisos, con ladrillos marrones, en una calle bastante grande...

- MANUELA: ¿Pero eso es en Sevilla?

- PENUMBRA: No, no.

- MANUELA: ¿Entonces, dónde?

- PENUMBRA: En la Macarena.  

- MANUELA: Ah... Maravilloso...

- PENUMBRA: Oye, ¿voy a cantar en el programa?

- MANUELA: Pues no sé. ¿Tú cantas?

- PENUMBRA: Yo no.

- MANUELA: Entonces, ¿qué haces?

- PENUMBRA: Ser el Penumbra...

Y así durante media hora. ¿Cómo consiguió Manuela enviar el taxi y traer a semejante maravilla de persona, con su túnica y todo, hasta el plató? Son misterios insondables de la producción que sólo ella conoce. Quizá lo cuente algún día, en sus memorias. La anécdota lo merece. 

- La políglota. Esta sólo vino al primer programa (la vilipendiaron tanto que no se atrevió a volver), asegurando que, aun siendo iletrada, adquiría el don de lenguas gracias a los poderes que le prestaba un Santo amigo suyo. Cuando digo “un Santo” me refiero a uno canonizado y todo, de los de altar, corona y velitas. San Francisco de Asís, creo que era, pero este extremo no lo puedo asegurar. Ella charlaba con el Santo tan ricamente, a voluntad, varias veces al día. El presentador le pidió que dijera algunas palabras en francés, y ella, tras concentrarse mucho y entrar en trance, pronunció algo así como “guachuruluru chispergoti fristenbunchen”. Los selectos insultos que le dedicó la vidente marbellí desde el otro lado de la grada aún resuenan en mis oídos como música angelical. Grandes mentes preclaras, inspiración para la juventud. Valiente caterva de gente chiflada. Así he acabado yo.

- La Virgen de la Bola de Luz. La historia de la Virgen de la Bola de Luz se hizo famosa (hay vídeos al respecto, podéis buscarlos en youtube) gracias a un programa que hizo Antena 3 (creo) en el que descubrieron la cutre-estafa mariana pergeñada por una señora de Pedrera. Pero antes yo llevé a la tele a una ex-devota de aquella fugaz advocación, que pretendía desvelar las mentiras y falsedades que había detrás de las apariciones de la Virgen. Por desgracia, perdió toda credibilidad cuando aseguró, en directo, que ella misma le daba de comer bocadillos de mortadela al niño Jesús que la Virgen sostenía. A mí me pareció una dieta poco adecuada para un infante, la verdad. Pero fuera de eso, todo de lo más normal.

Lástima que en esta foto no se aprecie el embarazo espiritual de Araceli


- Araceli, la embarazada espiritual. Esta daba mucho miedito. Venía de un pueblo de Granada, y aseguraba ser la reencarnación de una condesa del siglo XV. Mucha pinta de aristócrata no tenía, mi verdad digo (adjunto foto). Según ella, unos seres de luz la habían dejado embarazada sin contacto sexual ninguno. Para demostrarlo, le plantó la barriga (flácida, descomunal) a Manuela encima de la mesa de producción. Qué detalle tan de agradecer por su parte. Manuela, con toda la naturalidad del mundo, le preguntó: “¿de cuánto estás?”; y ella, apesadumbrada, le espetó: “qué más quisiera yo que saberlo”. Ignoro si habrá alumbrado ya a su retoño intergaláctico... pero sospecho que no, porque años más tarde salió en otros programas de la tele y seguía feliz y espiritualmente encinta. La belleza simpar de su ser y de su verbo nunca me han abandonado. Qué suerte (glups) haberla conocido. 

- Bonus- track: La Trini y Casimira. Menciono por último a estas dos grandes mujeres, que no ejercían el misticismo, pero podrían ser extraterrestres. Trini era un ama de casa que nos traía público – de saldo, dicho desde el respeto - a los programas (cobraba cierta cantidad de dinero a los seniles espectadores que colectaba en su barriada para ir a la tele); y a veces participaba en los debates, para elevar el nivel  de la charla con su fluido verbo e intelectual discurso. Ella lo llamaba “actuar”, en plan: “esta semana no actúo en el ‘pograma’ porque no me han puesto los dientes nuevos” (sic). Trini defendía siempre la postura de la mujer clásica, atada a la pata de la cama y encadenada al fregadero. Era una machista radical, y tan a gusto lo pregonaba a los cuatro vientos. Pa que las FEMEN le pusieran un monumento, mireuhté. Pero, como a todo a quien nos gane, cuando Trini no podía “actuar”, nos mandaba a Casimira, cuya filosofía de vida puede resumirse en una frase que se me ha quedado tatuada en las neuronas: “un hombre tiene que oler a hombre”. Ahí queda eso, junto con los versos de Góngora y Garcilaso. 


Creo que este larguísimo texto es suficientemente ilustrativo de cómo fueron aquellos inicios míos en el mundo de la tele; y pueden explicar algunas de mis taras actuales. Pero ésa – la de mis taras- es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.

sábado, 22 de octubre de 2016

Las Kardashians





La vida está llena de esquinas. Esta frase la utilizo mucho yo, en un alarde (ejem) de originalidad (ejem, ejem). Vale, ya sé que es un topicazo y un lugar común del copón bendito, pero expresa muy bien lo azaroso del destino humano (nótese la contradicción: “azaroso destino”. En fin...). En los últimos tiempos he vivido muchos encuentros, varios reencuentros, y también algunos desencuentros: dolorosos estos últimos, pa qué nos vamos a engañar. Los llevo mal, los desencuentros: tanto los que yo mismo promuevo como los buscados por otras personas (aunque en todos ellos tendré yo mi cuota de participación, supongo). En fin... (otra vez, con sus puntos suspensivos y todo): de ese asunto no quiero hablar hoy, y menos en está rentreé tan inesperada de mis cyberquisicosas. Démosle un golpe al timón, y busquemos brisas más favorables para seguir navegando. 

Por centrarme en lo feliz y en lo festivo, resulta que tras una de esas esquinas de la vida me aguardaba un reencuentro que, por diversas razones, me está dando grandes momentos de regocijo. Los ignotos caminos de la existencia me han devuelto la amistad cotidiana (la cotidiana, porque la amistad así, en general, nunca se fue) con dos mujeres bellas, auténticas, valientes y excelentes en el más amplio sentido de la palabra. Ellas tienen sus nombres reales, of course; pero últimamente me ha dado por llamarlas “las Kardashians”, plagiando la genial idea de un amiguito común. El apodo les viene que ni pintado, porque a glamourosas y dicharacheras no les gana nadie. Y sin inyecciones de cortisona, prótesis, liftings ni nada por el estilo, porque ellas no necesitan nada de eso. Superparanada, osea.

Con las Kardashians me pasó como con otras mujeres excelentes que he conocido: cuando coincidimos por primera vez, en mis turbulentos años de juventud (años en los que yo estaba descubriendo muchas emociones; años de experiencias pioneras, de crecimiento y de vértigo y de felicidad y de liberación y de miedo) ellas me regalaron, sorprendentemente, su amistad y su cariño. Digo “sorprendentemente” porque, una vez más (quizá como fruto de mis obstinados problemas de autoestima), sentí que estaban muy por encima, y muy delante de mí en muchos sentidos. Pero según parece ellas no lo veían así, y me invitaron a compartir con ellas experiencias profesionales y personales, la mayoría de ellas divertidísimas, que nos acercaron así como muy naturalmente. Había risa y complicidad; y hasta asistí a la boda de Manuela, que recibió, por cierto, el regalo nupcial más... estrambótico y peculiar que he hecho en mi vida: un juego de botella de licor y chupitos pintado por el menda con la técnica del falso vidriado. Un truñaco de récord olímpico, vamos. Mojonaco tragapolvo y comemierda simpar. Ahora, con el paso de los años, lo he vuelto a ver y me causa auténtico espanto. Debo decir a mi favor que estaba en esa época más pelao que Aramís Fuster antes de hacerse un Deluxe; y que empleé horas y horas en realizar semejante prodigio de la artesanía. A Manuela, que tiene un punto muy suyo, el regalo le gustó... o al menos eso es lo que ha mantenido todos estos años. De hecho, hasta hoy, la botella y los chupitos ocupan un espacio propio en su casa; y yo, afortunadamente, un pequeño lugar en su corazón. También en el de Mª José, “la Villa”, que siempre me pareció inteligentísima, divertida y buena gente.

Luego, con el devenir de nuestras respectivas existencias, las Kardashians y yo dejamos de coincidir tan a menudo, aunque nuestro cariño seguía vivo desde la distancia. A Mª José la veía de vez en cuando, por motivos profesionales, sobre todo. Con Manuela hablaba de tarde en tarde, y siempre me sacaba una sonrisa con la coña de su alma blanca y las anécdotas compartidas de nuestros años lidiando con frikis (pero frikis, frikis del mismísimo centro del Planeta Friki, que merecen su propia actualización). Sabía de ellas, me alegraba de sus triunfos y me conmovían sus tribulaciones. Había, como he dicho, un cariño sostenido desde la distancia. Hasta que, hace relativamente poco tiempo, tras una de las esquinas de mi vida, me las volví a encontrar.

Yo sabía que las quería y las admiraba. Lo que no sabía, desde luego, era lo importantes que iban a volver a ser en mi día a día, juntas y por separado. Porque, curiosamente, hemos vuelto a coincidir en el tiempo, en el espacio... y más allá: en un lugar del corazón habitado por quienes atraviesan momentos vitales muy parecidos (“etapas”, diría una que yo me sé). Supongo que alguna vez les he dicho lo balsámicos, medicinales y curativos que han sido (que siguen siendo) los ratitos que echo con ellas. Por si acaso, lo dejo escrito aquí, en este foro público, para conocimiento del mundo en general: las quiero, las admiro y las necesito mucho en Sevilla, en Estambul, en Ibiza o allá donde nos lleven las ofertas de vuelos por internet (espero que sea a muchos sitios muy lejanos). Su valentía, su coherencia y su sinceridad son una continua fuente de inspiración para mí. Y encima me hacen reír tela, las joías.

Así que gracias, Kardashians: por acompañarme, por contar conmigo, por escucharme y aceptar el papel de confidentes que a menudo os asigno; por quererme, por no juzgarme y por dejarme “ser yo mismo” (expresión que odio con toda mi alma, pero que aquí viene muy al caso). Os quiero tela.

NOTA: llevaba tiempo pensando en publicar esta actualización, y al final he tenido que escribirla a trompicones, de salta en salto. No sé si me ha quedado muy allá. Rehola, en cualquier caso. Seguimos vivos...