jueves, 10 de junio de 2021

CoMUniDad Gay

 


Leo mucho últimamente la construcción gramatical “comunidad gay”. En realidad, como es lógico, ya que estoy en este mundo y además soy maricón, se trata de un concepto que conozco desde long time ago (esto lo digo en inglés porque es un capricho que quiero darme… ¡queda tan de película Disney!). Podría haber escrito hoy acerca de otros muchos asuntos, más o menos personales. Pero no me apetece. Lo mismo es efecto de la vacuna, que me tiene la cabeza un poco como en esos días nublados y calurosos: osea, a las tres menos cuarto. Recondúcete, Javi, que te pierdes: lo de la comunidad gay. Vamos a tocar un poquito los cataplines, que en esa disciplina deportiva eres un crack.

Veamos: ¿a qué comunidades pertenezco yo? ¿En qué consiste ser parte de una comunidad? Pues al margen de lo que diga el diccionario (que en este caso, me la pela); para esta pequeña persona que aquí os escribe, ser miembro de una comunidad significa sentirse unido social, emocional, intelectual o laboralmente a determinado grupo de personas, más o menos amplio. Así, me siento unido a la comunidad de mis amigos (que son, en realidad, varias comunidades, ya que por fortuna mis amigos son numerosos, y muy variados); a la comunidad de mi empresa; o mejor dicho, de parte de ella, ya que somos más de mil trabajadores y sólo tengo contacto laboral y social con unos pocos; a la comunidad de mi familia, y ni siquiera a todos mis familiares puedo incluirlos en ese grupo, ya que con algunos de ellos no tengo ningún tipo de contacto. ¿Me siento miembro de otra comunidad? Pues diría que, ahora mismo, no. Ni siquiera a la comunidad de mi vecindario, ya que (así son las cosas en nuestros días), mi relación con los vecinos se limita a un cortés saludo cuando nos cruzamos, tras nuestras mascarillas, en el portal. Tampoco a la comunidad de “los andaluces”, porque somos ocho millones de criaturas, cada una de su padre y de su madre; y lo único que me une a ellas es el azar de haber nacido más abajo de Despeñaperros. Ya no digamos comunidades como “España” o “Europa”, que son fantasías creadas para aportar cierta cohesión social e invitarnos a trabajar en grupo por los intereses colectivos, o algo así (hay que leerse “Sapiens, de animales a dioses”, para entender bien este concepto. Os invito a hacerlo).

 Así visto, ¿pertenezco yo a la comunidad gay? Para saberlo, primero deberíamos definir qué significa ser maricón (lo digo de este modo porque la palabra “gay” me parece una auténtica cursilada; y el vocablo “homosexual”, incompleto desde su propia etimología). No voy a meterme yo en semejante berenjenal, porque no tengo ganas (estoy un poco abúlico esta mañana); y porque otras personas ya han fijado esa definición de manera muy precisa y aguda. Pero sí diré que no; no me siento parte de la “comunidad gay” (en caso de que esta exista más allá de determinados intereses económicos e ideológicos). ¿Por qué? Pues porque lo único que me une al resto de maricones del mundo es una cualidad compartida (la mariconez), que es una mínima parte de lo que yo soy como human being. Ni siquiera es la parte de mi personalidad que más me define. A la gran mayoría de los maricones del mundo ni siquiera los conozco; y con los que he tratado, me ha ocurrido como con el resto de las personas: algunos me caen bien; otros mal; a algunos los quiero, y a otros no; con algunos comparto valores, aficiones y opiniones, y otros están absolutamente en mis antípodas. Sin más. Tampoco me siento parte de la “comunidad de los hombres con cresta” ni de la de “personas bajitas”. Así de simple. Además, me da mucho coraje que, por el simple hecho de ser yo marica, se me presupongan determinadas actitudes, comportamientos e ideas. Qué coñazo tanto cliché, estereotipo y pensamiento único. Como mucho, podría admitir que pertenezco al colectivo (atención a esta palabra, “colectivo”, con implicaciones emocionales tan distintas de las de “comunidad”) de “personas homosexuales de occidente”, porque es cierto que hay determinadas cuestiones legales, sociales y administrativas que me afectan a mí de la misma forma que al resto de maricones por el simple hecho de serlo. Lo cual es bastante triste, en pleno siglo XXI. Pero vamos, que igual que me parecen indignantes las discriminaciones y agresiones homófoba, me resultan nauseabundas las que se producen por motivos racistas o machistas. Y toda la violencia en general. Faltaría más.

Sí que entiendo que, como individuos, todos necesitamos sentirnos parte de una comunidad. Esto es muy razonable, y quienes, para encontrar sus propias soluciones emocionales y sociales, decidan abanderar su pertenencia a la “comunidad gay”… pues están en todo su derecho. Si así se sienten mejor... ¡ole por ellos! Lo veo hasta saludable (siempre, claro, que para para ello no renuncien a su propia esencia como individuos; y pasen por determinados aros actitudinales, ideológicos, económicos, morales o políticos que en el fondo les son ajenos). Cada uno que busque su propio espacio, y su propia felicidad como mejor vea. No hay más. ¡Ni menos!

Ea, ya está. Seguro que ya he levantado más de una ampolla (sin chistes fáciles). No es mi intención, desde luego. Nunca he sido un provocador. Pero sí me gusta creer que tengo opiniones propias, y puedo expresarlas y compartirlas. Espero que tú, querido lector, opines de la misma forma.