lunes, 29 de octubre de 2012

Olvidos recurrentes

En estos tiempos de reivindicación política; cuando tantas voces se alzan para reclamar el respeto y la observancia de determinados principios constitucionales; se me ha ocurrido echar un vistazo a la Carta Magna. Que conste que yo soy de los que piensan que la Constitución no son las Tablas de la Ley: más bien opino que esa norma, escrita hace más de treinta años, está pidiendo a gritos una revisión a fondo: un pulido razonable que le quite los pantalones de campana y la vista con ropajes más propios del siglo XXI. Dónde hay que meter mano; qué hay que conservar, y qué hay que cambiar.... Bueno, esas cuestiones exceden la ambición de esta especie de cajón de sastre en que se está convirtiendo mi blog. Pero sospecho que, con buena voluntad y un poco de sentido común, seríamos capaces de llegar a muchos puntos de encuentro. Claro, que lo de la buena voluntad y el sentido común parecen lugares poco frecuentados últimamente. Al menos por esos que se hacen llamar representantes de la soberanía popular. Ja. Ejem. Repuaj.

Pues eso, que he leído unos cuantos artículos de la Constitución, por si mi memoria fallaba y lo que recuerdo de mi época de estudiante no se corresponde con la realidad. Y no, no estaba yo equivocado: además de la integridad territorial de España y demás zarandajas que tanto aparecen últimamente en los medios de comunicación, el texto constitucional recoge otras quisicosas; detallitos sin importancia; pequeñas alusiones a ciertos derechos que, no sé por qué, nadie reivindica a voz en grito. Quizá si estuvieran pintados con los colores de alguna bandera....

Os dejo tres o cuatro de esos artículos que sorprendentemente nadie reivindica; lo mismo algun@ ve cierta relevancia en ellos.

Artículo 35: Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia.

Artículo 40: Los poderes públicos promoverán las condiciones favorables para el progreso social y económico y para una distribución de la renta regional y personal más equitativa, en el marco de una política de estabilidad económica. De manera especial, realizarán una política orientada al pleno empleo.

Artículo 42: El Estado velará especialmente por la salvaguardia de los derechos económicos y sociales de los trabajadores españoles en el extranjero y orientará su política hacia su retorno.

Artículo 47: Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.

Que cosas, ¿verdad? Eso también lo pone en la Constitución. Bien clarito, además. A ver si alguien se acuerda de vez en cuando.

lunes, 22 de octubre de 2012

Salir del armario

Hace un par de semanas leí en algún sitio que el 11 de octubre se celebra el Día Internacional de Salir del Armario. No sé si “celebrar” es la palabra más adecuada para referirse a este evento marica internacional. Puede que sí, porque quitarte la máscara; descubrir ante el ti mismo, y ante el mundo, esa realidad sentimental y sexual que (al menos en mi caso fue así) generó muchas tormentas en una adolescencia emocionalmente conflictiva; supone un tipo de liberación difícil de describir. Para mí fue un paso tan trascendental, tan increíblemente difícil de asumir; y, al mismo tiempo, sorprendentemente, tan fácil de gestionar; que marcó (como dicen los cursis) un antes y un después en mi vida: en mi vida pública y en mi vida privada...que son, al final, prácticamente la misma cosa.

A lo largo de los años he coincidido con muchos otros homosexuales y lesbianas; y algunos me han contado cómo vivieron ese día tan trascendente en que hablaron abiertamente de su orientación sexual (me gusta más llamarla orientación sexo-sentimental... pero eso daría para otra actualización). Cada cual cruzó ese Rubicón por un puente distinto, pero al final casi todas las experiencias comparten una misma esencia: la del silencio que estalla en una especie de carcajada, cargada muchas veces con ciertas dosis de dramatismo. Salir del armario es una experiencia vertiginosa; y contar cómo pasó, sobre todo cuando ha transcurrido cierto tiempo y podemos recordar ese momento con cierta perspectiva, suele proporcionar grandes ratos de risa. Porque hasta las situaciones más dramáticamente conmovedoras acaban resultando cómicas con el paso de los años. Y reírnos de lo que en otro tiempo nos hizo sufrir me parece un ejercicio muy eficaz para mejorar nuestra salud emocional.

Pues eso, que lo de salir del armario da para un millón de anécdotas, que van de lo trágico a lo ridículo, pasando por toda la gama posible de reacciones humanas. En una época acaricié la idea de recopilar esas experiencias (de amigos, de conocidos) en un libro a caballo entre lo humorístico y lo desgarrador. Pero mi connatural pereza convirtió esa idea en otro de mis proyectos nunca realizados. Quizá algún día...

Mientras llega ese momento; y a cuenta de esa celebración internacional de la que hablaba al principio, he estado recordando alguna salidas del armario que me impactaron por su intensidad, su carácter dramático o su absoluto surrealismo. Me viene a la cabeza lo que le pasó a un chaval que, tras años de angustia vital e incluso un intento de suicidio, acabó confesándole a su madre que le gustaban los chicos. Bueno, lo que le dijo en realidad fue: “Mamá, tengo que contarte algo importante; algo que quizá haga que te enfades, o que me retires la palabra y me rechaces de por vida”. La madre, muy angustiada, le contestó: “Hijo, sé que llevas mucho tiempo sufriendo; y piensa que, sea lo que sea lo que te pasa, siempre contarás con mi amor incondicional”. El hijo se armó de valor y le espetó: “Lo que me pasa... es que soy gay”. La madre, acusando la violencia de un enorme impacto emocional, al borde de las lágrimas, le respondió: “Hijo mío.... Vamos a hacer una cosa. Nos tomamos un Lexatín cada uno; nos acostamos; y mañana lo hablamos más tranquilamente”. Así lo hicieron madre e hijo. Y a la mañana siguiente, tras largas horas de preocupación e insomnio, la madre se acercó llorosa a su hijo y le soltó: “Lo he pensado mucho, y creo que esto podemos superarlo juntos, pero.... ¿me puedes decir qué es “gay”. Porque no tengo ni idea...”.

Creo que esta historia resume bien la incertidumbre; la angustia anticipatoria; y el enorme nudo de dolor y miedo que a veces creamos en torno a esas situaciones futuras que nuestra calenturienta imaginación se empeña en adornar con detalles morbosos. Suele ocurrir que luego, cuando todo ocurre, la realidad es menos dramática de cómo la habíamos imaginado. O quizá no... pero eso ya lo pensaré mañana.


lunes, 15 de octubre de 2012

Cuestión de imagen



En estos últimos días he oído en varios medios la frase “tenemos que mejorar la imagen de España”. Es una idea que se repite con respecto de muchas otras realidades: “hay que mejorar la imagen de los políticos”; “debemos mejorar la imagen de los periodistas”. Incluso nosotros, en nuestra atribulada vida cotidiana, luchamos con denuedo por mejorar la imagen que proyectamos. Queremos parecer más bonitos, más atractivos; quizá con el saludable propósito de que nos quieran y nos toleren mejor. Esta preocupación por la estética tiene mucha tela que cortar; pero donde quiero llegar hoy en esta especie de reflexión (escrita así, a vuelapluma) es a lo que esta obsesión enmascara, o directamente ignora.

En vez de mejorar la imagen de España, ¿no convendría emplear el tiempo y la energía en construir una España más buena? En lugar de ponerle colorete y brillantina a la foto de los políticos, ¿no resultaría más productivo ir al fondo de la cuestión, y sanear a esa casta de dirigentes que tenemos, para que SEA mejor (y no sólo lo parezca)? Ya sé que a veces los límites entre la ética y la estética resultan bastante difusos, pero... es que, de verdad, parece que nos hemos acostumbrado a vivir en una realidad de cartón piedra, empeñados en deslumbrar a los demás con una cáscara de lentejuelas; y ya nos parece tolerable que las montañas de hedionda basura se acumulen... siempre que sobre ellas luzcan deslumbrantes alfombras orientales. En vez de hacer lo posible por enmendar nuestras carencias, nos empeñamos en disimularlas tras una máscara de falsa belleza (belleza física, moral o intelectual) ¡Si pasa hasta con las verduras! Consumimos más las que parecen buenas. Pero al final, cuando catamos un tomate de esos de huerto, imperfecto en su deformidad pero absolutamente delicioso... sentimos una especie de placentero cosquilleo que nos reconcilia con la desnuda verdad de las cosas auténticas. Así que en el fondo no es tan fácil engañarnos.

Por razones íntimas y personales todo lo “New Age” (en cualquiera de sus formas) me produce bastante rechazo; pero reconozco que  los consumidores de libros de autoayuda; los que buscan un crecimiento personal en las estrellas, los ángeles o el budismo tibetano; me producen cierto grado de envidia y un punto de sincera admiración. Al menos ellos están preocupados por convertirse en personas mejores; se sustraen a toda esta frivolidad que nos rodea y trabajan en el SER más que en el APARENTAR. Claro que eso exige un mínimo de espíritu autocrítico, algo de lo que andamos bastante cortitos en este mundo tan raro que nos ha tocado habitar. Quizá ese resurgimiento de todo lo espiritual sea una reacción espontánea a tanta obsesión por lo superfluo. Ojalá que dé sus frutos, en cualquier caso.

Pero mientras esos frutos llegan (si llegan, claro está); hoy más que nunca tiene sentido la letra de la preciosa canción del musical “Chicago” que encabeza esta actualización. Un beso gordo a mis escasos (pero selectos) lectores. Seguimos vivos... y observando.