viernes, 22 de julio de 2022

IncONDiciONalMEntE


 

 “Te voy a querer toda la vida”; “Mi amor por ti es incondicional”; “Pase lo que pase, nunca dejaré de amarte”. MOJONES DE KILO Y CUARTO. 

Sí: he empezado esta actualización de un modo bastante directo. Diríase que agresivo: más asertivo que Díaz Ayuso en una convención de la Asociación del Rifle (por decir algo tremendísimo). Pero es que estoy hasta las narices (y más allá) de determinadas mierdas verbales. Y mentales. Me repito: Disney ha hecho mucho daño con el rollito del amor incondicional (y con otras moralinas también, pero hoy no tocan). Ahora voy, y lo explico.

Está de moda (entre determinada gente) decir alguna de las frases que abren este texto (o todas ellas; lo que, teniendo en cuenta que significan prácticamente la misma basura, pues no tiene mucho mérito). A mí me las han espetado alguna vez, imagino que con la intención de agradarme. O quizá para crear en mí una especie de sensación de deuda, de vínculo inquebrantable. Osea, para manipularme. En realidad, ahora que lo pienso, me quedo con esta segunda interpretación. Porque nadie en su sano juicio; o con una salud emocional medianamente equilibrada, puede decir semejantes idioteces sin sonrojarse. Bueno, admito una excepción: son frases que pueden funcionar si queremos alimentar determinadas fantasías románticas, en momentos de apasionada e incontrolada exaltación. Dar cierto cuartelillo a esos excesos sentimentales no me parece peligroso, siempre y cuando tengamos claro que nos movemos en el terreno de la ficción. Más allá de eso… pues no, mireuhté, esas palabras no quiero escucharlas ni que me den a cambio un pase vitalicio para los musicales de Broadway (valiente marica estoy hecho). Y tengo mis motivos.

Dejémoslo claro: no creo en el amor incondicional. Pero SUPERPARANADA: ni en el contexto de la pareja (o el trío, o la comuna, o la unidad afectiva que cada quien quiera construir); ni en el de la amistad, ni en el de la familia; aunque aquí debo abrirme a la excepción de las relaciones materno/paterno filiales, cuya intensidad, dimensión y durabilidad desconozco al no haber engendrado yo progenie alguna (Dios no lo quiera). En fin: que no, que no y que mil veces no. Lo del amor incondicional; lo de “para toda la vida”, “pase lo que pase”… Me parecen patrañas de la peor estofa. Primero, porque llegados a cierta edad ya deberíamos saber que nada (NADA) tiene por qué ser para siempre. Y segundo, porque esa idea del amor generoso y abnegado, que aguanta carros y carretas y permanece incólume foreverandever a pesar de los pesares; aparte de una mentira de las gordas, me parece un instrumento terriblemente peligroso, creado para la manipulación (propia y/o ajena) y el chantaje emocional. Y una cosa muy poco seria, la verdad. Quien utiliza esos argumentos más allá de los excesos románticos a los que aludía más arriba hace que me salten las alarmas. Y de las de PROSEGUR, que al menos por el nombre suenan a peligro superpeligroso.

Yo, desde luego, no amo a nadie incondicionalmente. Y cuando digo a nadie me refiero a NADIE. Por resumir: si insistes en darme palos, pues te mandaré al carajo. Mi amor por otras personas (sobra decir que amo mucho, y a muchas) está absolutamente condicionado por diversas circunstancias: admiración; respeto; empatía; generosidad; nostalgia (a veces). A la gente a la que amo me gusta tenerla cerca (aunque a veces esto no ocurra con frecuencia… ¡pero me gustaría!); deseo que le vaya bien, y, si puedo, colaboro en su bienestar (aunque muchas veces su bienestar está fuera de mis posibilidades y competencias). También espero de esas personas cierto grado de reciprocidad: no que me den lo mismo que yo les doy (lo cual resulta, además de imposible, muy poco enriquecedor); sino que me aporten ALGO (en el plano afectivo, digo). Como mínimo, espero que no me traten mal de manera consciente y reiterada (tampoco es tanto pedir). Nótese que he escrito dos veces la palabra “ESPERO”, y lo he hecho con toda la voluntad. Porque aquello de “amar es entregarlo todo sin esperar nada a cambio” me provoca arcadas secas, al considerar yo la frasecita como otro cliché absolutamente psicopático. O sociopático. Da igual. Quizá os resulte extravagante, pero no, no soy tan masoca como para darlo todo a cambio de nada (o a cambio de un mal trato, lo cual es peor). Si me agredes; si me desprecias; si me ignoras, me utilizas o me traicionas vilmente…. Pues dejaré de amarte. Así de simple… ¡y de doloroso!

A lo largo de mi vida me he visto obligado a dejar de amar a determinadas personas. No a muchas, la verdad. Hacerlo ha sido cuestión de pura supervivencia: cuando amas a alguien (al menos, a mí me pasa) te vuelves vulnerable a sus actitudes, palabras y comportamientos. Y si llega un momento en que todo eso sólo te provoca dolor… pues lo más saludable es extirpar a ese individuo de tu corazón y seguir adelante. En ocasiones esto pasa porque esa persona experimenta un cambio profundo (en general; o en su relación contigo). Otras veces ocurre que somos tan vanidosos (al menos yo lo soy, está claro) como para creer que alguna gente se comportará de determinada forma con todo el mundo, menos con nosotros. Ves su modus operandi con el resto de la sociedad, pero piensas: “conmigo, no, porque yo soy especial, a mí esas maldades no me las perpetraría nunca”. ¡Error!. Como dice ese bello proverbio: “quien tiene un vicio, si no se mea en la puerta, se mea en el quicio”. O en los dos sitios mismamente, tarde o temprano. Así es; así va.

Decía una amiga muy querida (no sé si la frase es suya, o la ha tomado prestada) que amar es un acto de voluntad. Estoy de acuerdo. Por eso pienso que desamar también lo es, aunque suene a frialdad y racionalismo extremos. Muy lejos de mi intención parecer una Margaret Tatcher de los sentimientos, con lo emotivo que puedo llegar a ser. Dejar de amar me resulta siempre un deporte emocionalmente devastador (vale, sí, sigo tan dramática como siempre). Al menos yo lo he pasado fatal dinamitando mi amor por personas que me eran muy afectas. Hay mucho de impotencia, frustración, decepción (propia y ajena) y dolor en ese ejercicio. Pero más lesivo me resulta sostener un cariño que sólo me aporta disgustos o enormes carencias. Así que entre susto o muerte, elijo susto. Llamadme conservador. Igual lo soy.

Hay quien justifica lo de “te amaré para siempre” desde la perspectiva de la nostalgia, de la siguiente forma: “Vale que hemos tarifado a muerte y ya no te quiero más de aquí en adelante, pero siempre permanecerá en mi alma el recuerdo inalterado del amor que un día te prodigué, y esa es una forma de amar maravillosa y eterna”. Pues mira, tampoco. Conmigo eso no funciona. Cuando yo dejo de amar tengo mis razones, que siempre son MUY de peso. Y esos motivos no se me olvidan, porque no sufro de amnesia profunda (a corto plazo, sí - mucha-), ni pretendo desarrollarla. Lo que he visto de tu ser; lo que me has demostrado de tus valores, tu forma de ver la vida y las relaciones, a mí no me vale. Me hace daño. No lo quiero. No es tanto lo que hayas podido hacer, sino la persona que he visto que eres. Eso, por mucho azúcar glass que quiera espolvorear sobre mi memoria, le contagia un sabor amargo a toda nuestra experiencia pasada juntos. Ha estropeado el recuerdo, no lo puedo evitar. Ni quiero, por otra parte.

Cerraré esta actualización con tres reflexiones finales: intentaré que sean breves para no batir de nuevo mi récord de extensión (¡qué tentador!):

1. Aunque desprecio profundamente la idea del amor incondicional, sí contemplo la posibilidad del amor de ida y vuelta. No me cierro a la idea de volver a amar a alguien a quien en su día decidí desamar (alguna rara vez me ha pasado), pero francamente lo veo complicado, porque puedo ser muy terco para mis quisicosas.

2. A estas alturas (o bajuras) de mi existencia, dudo que nadie de mi ecosistema emocional vigente me dé motivos para dejar de amarlo… ¡y espero no darlos yo! Más que nada porque ya nos vamos haciendo mayores, nos conocemos bien y dudo que tengamos mucha opción de cambiar. Así que guay.

3. Supongo…. Bueno, no; no supongo: estoy seguro de que alguna gente me ha dejado de amar a mí, con toda la voluntad del mundo. Y oye, lo entiendo perfectamente. No me considero ningún santo, y seguro que mi forma de actuar ha lesionado a más de uno. No creo que sean muchos… pero haberlos, haylos. Of course.

NOTA 1: Quiero dejar claro que esta actualización no surge de nada concreto que me haya pasado últimamente, ni va ligada a ninguna persona en especial. Mi grupo de desafectos es realmente mínimo… y, si estás leyendo esto, segurísimo al 100% que no perteneces a él. Y que tienes más aguante que Rocco Sifredi en una orgía. Eso, también.

NOTA 2: La foto es un googleazo de tomo y lomo. Me ha parecido tan cursi que no me he podido resistir...