Me ocurre a menudo que, cuando retomo mi blog tras cierto tiempo sin
actualizarlo, tiendo a comenzar el nuevo texto justificándome por mi
ausencia. De hecho es lo que me está pasando ahora. Como
si este cyberescaparate tuviera por objetivo la obtención de alguna
notoriedad; la acumulación de “me gustas”, o la proyección
universal de ciertos mensajes que puedan convertirme en influencer.
En absoluto. Mi voluntad (que puede parecer menos ambiciosa, pero
superparanada) pasa más bien por encontrar una vía de expresión
para contarle a mi selecto público (y a mí mismo, de paso) cómo
trascurren mis momentos vitales. También escribo para desoxidarme
con el teclado, y para, con un poco de suerte, despertar una sonrisa
o una lágrima en alguien que me importa. Ese alguien eres tú, que
ahora mismo estás leyendo. Porque si pasas por aquí, seguro que es
porque perteneces al colectivo de mis amigos. Y de eso voy a hablar
hoy… más o menos.
No he actualizado en
este tiempo (vamos allá con la justificación) porque he estado
ocupado viviendo. Y viviendo bastante a tope. Vale, siempre se puede
encontrar hueco para redactar un texto, más o menos prolijo. Pero
quizá es que no veía apropiado comentar aquí las aventuras que
estoy viviendo últimamente. Hoy (quizá animado por una cybercharla
que mantuve ayer) voy a atreverme. A hablar de mis aventuras, digo.
Aunque lo haré muy tangencialmente y sin entrar en detalles. Una
pena, porque en los detalles está el jugo de esta historia (o
historias, muy en plural) que afecta en los últimos meses a mi
cabeza, a mi corazón… y a otras partes de mi anatomía. En fin,
que cada cual saque sus propias conclusiones.
Empezaré aclarando
que me considero una persona muy sociable. A ver, me considero
sociable, porque lo soy. Se suele decir que los verdaderos amigos se
cuentan con los dedos de la mano. Pues en mi caso tendría que
transmutarme en la diosa Kali para que ese aforismo pudiera
aplicarse. No es por fardar, pero tengo muchos… muchos amigos. De
los buenos, de los de amistadverdaderatotal. Y la lista va creciendo,
con incorporaciones como la de Juliana y la de Silvia, a las que
menciono por su nombre porque sí, porque me da la gana. A mis otros
Amigos (así, con mayúsculas) no los mencionaré, porque la lista es
larga y seguro que me dejo a alguno en el tintero, cosa que me daría
más coraje que a Leticia Sabater verse elegante. Mis Amigos son mi
sustento, mi refugio, mi causa para celebrar la vida. Os adoro a
todos y cada uno de vosotros. Lo sabéis.
Pues en esa línea
de sociabilidad, estoy últimamente conociendo a mucha gente,
mediante el uso de herramientas tecnológicas tan denostadas como
eficientes (si sabemos utilizarlas). Los denominaré “amiguitos”,
desde el más absoluto de los cariños (es en serio). Detrás de cada
uno de estos nuevos… digamos…. encuentros (reales o cybernéticos)
hay una pequeña historia: divertida, surrealista, emocionante o
simplemente deportiva (ejem). Por desgracia, como dije más arriba,
no debo entrar en los detalles de cada uno de mis escarceos, que
darían, por otra parte, para un anecdotario enciclopédico. No debo
hacerlo porque este foro es demasiado público para determinadas
confesiones; y porque, francamente, se me acumulan las experiencias y
voy olvidando aventuras que seguro fueron de lo más suculentas o
extravagantes. Para mearse y no echar gota. En persona os lo relato
todo… o todo lo que recuerde. Que no es poco.
Seguro que mucha
gente piensa que estoy en una etapa bastante frívola y promiscua.
Pues vale, lo estoy. De todas formas la promiscuidad (en el más
amplio sentido del sustantivo) forma parte de mi esencia; y la
frivolidad puede llegar a resultarme muy terapéutica, si no hago de
ella una bandera. En cualquier caso, confieso que me lo estoy pasando
bomba; que disfruto mucho de una libertad que anhelaba y temía, a
partes iguales. Y que, inopinadamente, vivo sin miedo y sin cadenas y
sin lastres ajenos (más allá de los que elijo yo, porque implican a
personas muy queridas que me devuelven con toneladas de amor mis
desvelos por ellas). Y esta sensación de vértigo, de
descubrimiento, de exploración, de viaje… es la puta hostia.
Hooked on a feeling, decía la canción. Pues eso. Ahí estoy yo. Tan
feliz, mireuhté. Y no tengo que justificarme para nada, ni ante
nadie, lo cual es muy saludable. La falta de descanso, no. Eso no es
saludable. Estoy en ello, también. Pero es que se me acumula el
“trabajo”, y uno es tan cumplidor...
Llegado a este
punto, y como escribo tal y como voy pensando, reconozco que es una
putada no poder narrar aquí las quisicosas que me están sucediendo
últimamente, en esos encuentros (puntuales, a veces; reiterados,
otras) que ando propiciando. Porque son tela de divertidas, y os
harían reír a carcajadas. De hecho me estoy riendo solo, al
recordar. Pero lo que sí puedo decir es que los seres humanos somos
tan diversos como semejantes, en nuestras ambiciones, nuestros
necesidades y nuestros secretos deseos. Hasta en las relaciones más
procaces hay un espacio para lo emocional: la gente está deseando
establecer un contacto, que se proyecta desde lo anatómico a lo
sentimental. Completos desconocidos me cuentan detalles muy íntimos
de su vida, y yo los escucho fascinado porque alimentan mi insaciable
curiosidad. Bueno, por eso… y por otros motivos fáciles de
imaginar. Al hacerlo, de alguna forma, sigo creciendo (social,
intelectual y emocionalmente) y me siento… pues eso, conectado con
otros human beings, a diferentes niveles. También hay, por supuesto,
un juego de seducción que a mí me resulta absolutamente
embriagador, y encima se me da muy bien con el público adecuado. Y
por otra parte, pienso que estoy cumpliendo una labor social,
cubriendo determinadas necesidades de distintas (bastantes) personas.
Qué generosidad, la mía. A que me dan el Nobel de la Paz? A que me
lo dan? Habrá que estar pendiente de las nominaciones…
Y eso es todo, por
hoy. Así estoy, así me siento. Más sociable que nunca. Y
tarareando sin para la canción cuyo vídeo ilustra este texto. Qué
peligro tan divertido.