miércoles, 29 de enero de 2020

Un millón de amigos



Me ocurre a menudo que, cuando retomo mi blog tras cierto tiempo sin actualizarlo, tiendo a comenzar el nuevo texto justificándome por mi ausencia. De hecho es lo que me está pasando ahora. Como si este cyberescaparate tuviera por objetivo la obtención de alguna notoriedad; la acumulación de “me gustas”, o la proyección universal de ciertos mensajes que puedan convertirme en influencer. En absoluto. Mi voluntad (que puede parecer menos ambiciosa, pero superparanada) pasa más bien por encontrar una vía de expresión para contarle a mi selecto público (y a mí mismo, de paso) cómo trascurren mis momentos vitales. También escribo para desoxidarme con el teclado, y para, con un poco de suerte, despertar una sonrisa o una lágrima en alguien que me importa. Ese alguien eres tú, que ahora mismo estás leyendo. Porque si pasas por aquí, seguro que es porque perteneces al colectivo de mis amigos. Y de eso voy a hablar hoy… más o menos.

No he actualizado en este tiempo (vamos allá con la justificación) porque he estado ocupado viviendo. Y viviendo bastante a tope. Vale, siempre se puede encontrar hueco para redactar un texto, más o menos prolijo. Pero quizá es que no veía apropiado comentar aquí las aventuras que estoy viviendo últimamente. Hoy (quizá animado por una cybercharla que mantuve ayer) voy a atreverme. A hablar de mis aventuras, digo. Aunque lo haré muy tangencialmente y sin entrar en detalles. Una pena, porque en los detalles está el jugo de esta historia (o historias, muy en plural) que afecta en los últimos meses a mi cabeza, a mi corazón… y a otras partes de mi anatomía. En fin, que cada cual saque sus propias conclusiones.

Empezaré aclarando que me considero una persona muy sociable. A ver, me considero sociable, porque lo soy. Se suele decir que los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de la mano. Pues en mi caso tendría que transmutarme en la diosa Kali para que ese aforismo pudiera aplicarse. No es por fardar, pero tengo muchos… muchos amigos. De los buenos, de los de amistadverdaderatotal. Y la lista va creciendo, con incorporaciones como la de Juliana y la de Silvia, a las que menciono por su nombre porque sí, porque me da la gana. A mis otros Amigos (así, con mayúsculas) no los mencionaré, porque la lista es larga y seguro que me dejo a alguno en el tintero, cosa que me daría más coraje que a Leticia Sabater verse elegante. Mis Amigos son mi sustento, mi refugio, mi causa para celebrar la vida. Os adoro a todos y cada uno de vosotros. Lo sabéis.

Pues en esa línea de sociabilidad, estoy últimamente conociendo a mucha gente, mediante el uso de herramientas tecnológicas tan denostadas como eficientes (si sabemos utilizarlas). Los denominaré “amiguitos”, desde el más absoluto de los cariños (es en serio). Detrás de cada uno de estos nuevos… digamos…. encuentros (reales o cybernéticos) hay una pequeña historia: divertida, surrealista, emocionante o simplemente deportiva (ejem). Por desgracia, como dije más arriba, no debo entrar en los detalles de cada uno de mis escarceos, que darían, por otra parte, para un anecdotario enciclopédico. No debo hacerlo porque este foro es demasiado público para determinadas confesiones; y porque, francamente, se me acumulan las experiencias y voy olvidando aventuras que seguro fueron de lo más suculentas o extravagantes. Para mearse y no echar gota. En persona os lo relato todo… o todo lo que recuerde. Que no es poco.

Seguro que mucha gente piensa que estoy en una etapa bastante frívola y promiscua. Pues vale, lo estoy. De todas formas la promiscuidad (en el más amplio sentido del sustantivo) forma parte de mi esencia; y la frivolidad puede llegar a resultarme muy terapéutica, si no hago de ella una bandera. En cualquier caso, confieso que me lo estoy pasando bomba; que disfruto mucho de una libertad que anhelaba y temía, a partes iguales. Y que, inopinadamente, vivo sin miedo y sin cadenas y sin lastres ajenos (más allá de los que elijo yo, porque implican a personas muy queridas que me devuelven con toneladas de amor mis desvelos por ellas). Y esta sensación de vértigo, de descubrimiento, de exploración, de viaje… es la puta hostia. Hooked on a feeling, decía la canción. Pues eso. Ahí estoy yo. Tan feliz, mireuhté. Y no tengo que justificarme para nada, ni ante nadie, lo cual es muy saludable. La falta de descanso, no. Eso no es saludable. Estoy en ello, también. Pero es que se me acumula el “trabajo”, y uno es tan cumplidor...

Llegado a este punto, y como escribo tal y como voy pensando, reconozco que es una putada no poder narrar aquí las quisicosas que me están sucediendo últimamente, en esos encuentros (puntuales, a veces; reiterados, otras) que ando propiciando. Porque son tela de divertidas, y os harían reír a carcajadas. De hecho me estoy riendo solo, al recordar. Pero lo que sí puedo decir es que los seres humanos somos tan diversos como semejantes, en nuestras ambiciones, nuestros necesidades y nuestros secretos deseos. Hasta en las relaciones más procaces hay un espacio para lo emocional: la gente está deseando establecer un contacto, que se proyecta desde lo anatómico a lo sentimental. Completos desconocidos me cuentan detalles muy íntimos de su vida, y yo los escucho fascinado porque alimentan mi insaciable curiosidad. Bueno, por eso… y por otros motivos fáciles de imaginar. Al hacerlo, de alguna forma, sigo creciendo (social, intelectual y emocionalmente) y me siento… pues eso, conectado con otros human beings, a diferentes niveles. También hay, por supuesto, un juego de seducción que a mí me resulta absolutamente embriagador, y encima se me da muy bien con el público adecuado. Y por otra parte, pienso que estoy cumpliendo una labor social, cubriendo determinadas necesidades de distintas (bastantes) personas. Qué generosidad, la mía. A que me dan el Nobel de la Paz? A que me lo dan? Habrá que estar pendiente de las nominaciones…

Y eso es todo, por hoy. Así estoy, así me siento. Más sociable que nunca. Y tarareando sin para la canción cuyo vídeo ilustra este texto. Qué peligro tan divertido.