miércoles, 31 de marzo de 2021

De mOChiLAs y eMPaTíA

 



He dudado mucho acerca de cómo titular esta entrada del blog. Vamos, que sigo sin tenerlo claro, así que le pondré titulo después de perpetrarla. Es que quiero hablar de un par de asuntos, diferentes pero muy relacionados entre sí, y no sé cuál de los dos acabará adquiriendo más protagonismo. Veámoslo.

A lo largo de lo que viene siendo nuestro periplo vital vamos adquiriendo cualidades que nos permiten desarrollarnos y llegar a ser (o al menos, acercarnos a) la mejor versión de nosotros mismos. Al alimón, también acumulamos lastres, bien empaquetaditos en nuestra mochila emocional, que a veces nos dificultan el vuelo; y en otras ocasiones, directamente, nos impiden levantar los pies de la tierra. Encontrar un equilibrio entre las unas y los otros (las cualidades, y los lastres) suele ser bastante complejo en la mayoría de los seres humanos (al menos, de los seres humanos a los que yo tengo la fortuna de conocer en profundidad): hay ámbitos (y momentos) de nuestra existencia en que nuestras alas pueden mucho más que las mochilas; y otros en que la relación es justamente la inversa. El trabajo; la familia; los amigos; la pareja… Podemos mostrarnos muy resolutivos en determinados aspectos y momentos; y sentirnos absolutamente paralizados en otros.

Por fortuna, si le pones interés, ganas, entusiasmo y un poco de disciplina; tirando cuando hace falta de ayuda externa; el peso de esas mochilas se puede aligerar. Ojo, que digo aligerar, porque neutralizarlo del todo… pues francamente no creo que llegue a conseguirse. Pero bueno, igual tampoco hace falta: con que sean suficientemente livianas como para permitirnos caminar con cierta gracia y disfrutando del paisaje, pues güenohtá. Para eso primero hay que identificar cuáles son nuestros lastres; reconocerlos y estar alerta para descubrir en qué situaciones y de qué formas suelen aparecer para jodernos la existencia. Sólo eso ya es un trabajito, la verdad. Sobre todo porque vivimos en continua marejada, y cuando tenemos la proa más o menos despejada de agua, igual nos toca achicar la popa, que se ha ido anegando (no sé si tanta metáfora resulta aclaratoria o lo embrolla todo aún más, eso lo dejo a vuestro sabio juicio).

Para algunos; como si no tuviéramos bastante con manejar nuestras propias mierdas, resulta muy tentador acarrear con las mochilas ajenas. A mí me pasa a menudo: veo el peso que cae sobre la espalda de una persona querida y me digo a mí mismo: “Ea, ahí está Javi en plan sherpa para acarrear con tu equipaje, por voluminoso y hediondo que sea”. No pido ni permiso, ni opinión, ni nada: me pongo al lío y punto. Creo que (y aquí llega el segundo tema, como en una canción pop) esta es la cara menos saludable que presentamos las personas empáticas (sí, soy muy empático, qué pasa). Nos metemos tanto en la piel de la gente a la que queremos que sus cuestiones nos afectan como si fueran propias, hasta echarnos a los los hombros sus pesares, sus limitaciones, sus complejos y sus equivocaciones. Y, lo que es peor, tratamos por todos los medios de hacer algo para aliviar el peso de esas mochilas que en realidad no son nuestras. Pero para nada lo son; y por eso, por mucha energía que pongamos, no está en nuestra mano vaciarlas. El efecto que este insalubre deporte suele tener… Pues no es muy edificante, la verdad. Cuando me entrego a semejante actividad, yo acabo sintiéndome agobiado, triste, enfadado y frustrado, porque lo que no depende de mí, pues no puedo yo gestionarlo, aunque me vuelva del revés. Y la otra persona; esa a la que, con mi mejor voluntad y ciertas dosis de soberbia, intento ayudar; suele experimentar sensaciones parecidas a las mías, además del cierto grado de agobio por no permitirle yo que resuelva sus propias cuitas en sus personales plazos y a su genuina manera (que igual a mí no me parece la mejor, pero es la suya, oigauhté. Ni que fuera yo el Horáculo de Delfos, hay que joderse). Osea, que mojones gordos para los dos.

¿Eso quiere decir que lo suyo es pasar de las quisicosas de nuestros seres afectos, y allá que cada uno se busque la vida? Pues no. Superparanada. Muy al contrario: creo que la empatía, practicada de manera más mesurada, es la base para cualquier relación de amor saludable. En vez de quitarte la mochila de los hombros; en lugar de apartarte de un manotazo, tirarte por la borda y ponerme yo con mi cubo agujereado a desalojar de agua tu navío; lo suyo es prestarte mi brazo (y regalarte mi abrazo); acompañarte; servirte de báculo, ayudarte con los golpes de timón, soplar en tus velas y dar aire a tus alas lastimadas. Comprenderte; aceptarte; perdonarte; y, con un poco de suerte, señalarte algún horizonte cuando la oscuridad de tus sombras te impida ver el sol.

Eso es lo que quiero para mí, en realidad. Así que id apuntando.

NOTA: Al final voy a quedarme con los dos títulos que había pensado, fundidos en uno sólo. Que pase de mí el cáliz de tan difícil elección.

NOTA 2: En la foto, yo, hace años, cargando con mi mochila.