martes, 8 de octubre de 2019

Mismidad




Este fin de semana pasado me he quedado en Sevilla, después de mucho tiempo sin hacerlo. Me daba cierto temor la situación, porque soy así de gilipollas. Al final, rompí mi disciplina ascética de este último mes, y pasé unos días estupendos. Excesivos, de acuerdo, pero muy felices también. En eso han influido mucho personas que están en mi día a día (que me acompañan en el “devenir de mi vida” cotidiana y muy creativamente); otras a las que me encontré por casualidad; alguna de nueva – y me temo que fugaz – incorporación… Y Sabina.

Sabina es la hermana de mi hermana Geor. Osea, que somos hermanos. Estaba en Sevilla por motivos personales y – menos mal que lo hizo, porque si no, la mato con mis propias manos- me llamó para quedar. Verla, y sentirla cerca, y abrazarla, y llorar con ella – con varias cervezas encima, vale, lo reconozco- ha sido…. Indescriptible. Este sábado pasado queda ya para siempre en mi corazón, como uno de esos breves paraísos a los que regresar cuando el frío apriete. Y en este sentido no tengo nada más que añadir.

Charlando con Sabina le confesé que tengo una espinita clavada desde hace ya mucho tiempo; una actualización pendiente, quizá de las más importantes y trascendentales para mí de las que nunca pertrecharé. Ella me animó a que la publicara, y escuchó mis motivos : ¿por qué no lo he hecho hasta ahora? Pues muy sencillo: porque yo, que tengo verborrea para alicatar cuatro cuartos de baño, no sé bien cómo meterle mano a este texto. No sé cómo empezar, ni cómo acabar. Me resulta todo demasiado importante, y demasiado grande para mi pequeño corazón, tan atribulado. Sabina me dijo que daba igual: que publicara exactamente eso: “no puedo escribir nada, porque no sé por dónde empezar, ni en qué lugar terminar”. Yo le he estado dando vueltas al asunto, y a pesar del pánico que (hoy más que otras veces) me produce el folio en blanco, voy a intentar decir algo más. Porque no hacerlo sería tela de injusto, y yo no me lo podría perdonar. A pesar de que ya, a estas alturas, he tenido que secarme varias veces las lágrimas.

Geor y yo nos llamamos mutuamente “Mismi”. Es un apócope de “mismidad”. Este palabro tiene mucho sentido para ambos, porque expresa nuestra conexión emocional e intelectual. Y nuestros valores compartidos. Y nuestro amor, que es a prueba de tormentas, de ausencias, de silencios y de ciclones explosivos. Si Marta es la roca, Geor es el puerto, y también el faro. No sé si eso es muy saludable para ella, porque a menudo le toca jugar el papel de referencia, y eso, oigauhté, agota. Pero Geor es así: te regala su sonrisa inconmovible por muy fuerte que azote el vendaval (el suyo, o el ajeno. Es que el de determinada gente ella lo vive como propio; y, claro, eso duele). Y su sonrisa, su serenidad (aparente) y su carencia de prejuicios ilumina mis noches oscuras y me señalan el camino. Ella ES el camino, en realidad. La admiro y la necesito como el respirar. Algunos día, mas aún.

Que Geor me conoce en muchos sentidos mejor que yo mismo es una obviedad que no merece más desarrollo. Ella me obligaba a socializar cuando, en mi adolescencia, yo me sentía muy pequeñito; me acompañó en mis años de descubrimiento, durante esa atribulada juventud a la que tanta mención hago en este blog. Bueno, qué tontería: Geor me acompaña siempre, sobrio o borracho, risueño o desesperado. Está ahí incluso cuando desaparezco y ya ni yo mismo sé quién soy. Me mira, y entonces yo ya me acuerdo: sí, ése soy yo, el que camina de su mano hasta donde el horizonte nos lleve. Que sea a paisajes muy bellos… o a donde tenga que llevarnos. Eso no lo podemos controlar (aunque a ambos nos joda mucho, porque a controladores no nos ganan ni los de Aena). En cualquier caso, cogido de su mano, me lanzo al vacío, si hace falta. Porque no hay mejor destino que su caricia, y su abrazo. Y ya está.

Por si alguna vez yo me despisto (esto me ocurre a menuda) quiero que Geor sepa que siempre (SIEMPRE) puede contar conmigo. No hasta cien, ni hasta mil; sino que PUEDE CONTAR CONMIGO. Es lo que tiene ser familia.

Y mira, ya está. Ya no escribo más, porque voy a deshidratarme de tanto lagrimón. Me dejo muchas (muuuuchas) cosas atrás. Lo sé. Pero cerraré esta actualización con un poema que Geor una vez me regaló, y tengo enmarcado en mi casa. El texto no es de ella… pero la apostilla final sí. Y resume perfectamente… yo qué sé. Lo resume perfectamente todo. La pongo en negrita (su apostilla).

Si yo te comentase que la vida es mentira,
háblame del amor o de tu cuerpo,
de la noche contigo.
Y recuérdame luego
los días que son días porque alguien me ama
o acaso
porque tú me prefieres.”

¿Cómo no preferirte a ti?

Eso digo yo, Mismi. ¿Cómo no preferirte a ti? Ay…

NOTA: Podría haber puerto una foto de Geor sola, pero he elegido esta en la que estamos l@s tres herman@s. Fue un día muy feliz. Seguro que a ella le encanta.