Este fin de semana pasado me he
quedado en Sevilla, después de mucho tiempo sin hacerlo. Me daba
cierto temor la situación, porque soy así de gilipollas. Al final,
rompí mi disciplina ascética de este último mes, y pasé unos días
estupendos. Excesivos, de acuerdo, pero muy felices también. En eso
han influido mucho personas que están en mi día a día (que me
acompañan en el “devenir de mi vida” cotidiana y muy
creativamente); otras a las que me encontré por casualidad; alguna
de nueva – y me temo que fugaz – incorporación… Y Sabina.
Sabina
es la hermana de mi hermana Geor. Osea, que somos hermanos. Estaba en
Sevilla por motivos personales y – menos mal que lo hizo, porque si
no, la mato con mis propias manos- me llamó para quedar. Verla, y
sentirla cerca, y abrazarla, y llorar con ella – con varias
cervezas encima, vale, lo reconozco- ha sido…. Indescriptible. Este
sábado pasado queda ya para siempre en mi corazón, como uno de esos
breves paraísos a los que regresar cuando el frío apriete. Y en
este sentido no tengo nada más que añadir.
Charlando
con Sabina le confesé que tengo una espinita clavada desde hace ya
mucho tiempo; una actualización pendiente, quizá de las más
importantes y trascendentales para mí de las que nunca pertrecharé.
Ella me animó a que la publicara, y escuchó mis motivos : ¿por qué
no lo he hecho hasta ahora? Pues muy sencillo: porque yo, que tengo
verborrea para alicatar cuatro cuartos de baño, no sé bien cómo
meterle mano a este texto. No sé cómo empezar, ni cómo acabar. Me
resulta todo demasiado importante, y demasiado grande para mi pequeño
corazón, tan atribulado. Sabina me dijo que daba igual: que
publicara exactamente eso: “no puedo escribir nada, porque no sé
por dónde empezar, ni en qué lugar terminar”. Yo le he estado
dando vueltas al asunto, y a pesar del pánico que (hoy más que
otras veces) me produce el folio en blanco, voy a intentar decir algo
más. Porque no hacerlo sería tela de injusto, y yo no me lo podría
perdonar. A pesar de que ya, a estas alturas, he tenido que secarme
varias veces las lágrimas.
Geor
y yo nos llamamos mutuamente “Mismi”. Es un apócope de
“mismidad”. Este palabro tiene mucho sentido para ambos, porque
expresa nuestra conexión emocional e intelectual. Y nuestros valores
compartidos. Y nuestro amor, que es a prueba de tormentas, de
ausencias, de silencios y de ciclones explosivos. Si Marta es la
roca, Geor es el puerto, y también el faro. No sé si eso es muy
saludable para ella, porque a menudo le toca jugar el papel de
referencia, y eso, oigauhté, agota. Pero Geor es así: te regala su
sonrisa inconmovible por muy fuerte que azote el vendaval (el suyo, o
el ajeno. Es que el de determinada gente ella lo vive como propio; y,
claro, eso duele). Y su sonrisa, su serenidad (aparente) y su
carencia de prejuicios ilumina mis noches oscuras y me señalan el
camino. Ella ES el camino, en realidad. La admiro y la necesito como
el respirar. Algunos día, mas aún.
Que
Geor me conoce en muchos sentidos mejor que yo mismo es una obviedad
que no merece más desarrollo. Ella me obligaba a socializar cuando,
en mi adolescencia, yo me sentía muy pequeñito; me acompañó en
mis años de descubrimiento, durante esa atribulada juventud a la que
tanta mención hago en este blog. Bueno, qué tontería: Geor me
acompaña siempre, sobrio o borracho, risueño o desesperado. Está
ahí incluso cuando desaparezco y ya ni yo mismo sé quién soy. Me
mira, y entonces yo ya me acuerdo: sí, ése soy yo, el que camina de
su mano hasta donde el horizonte nos lleve. Que sea a paisajes muy
bellos… o a donde tenga que llevarnos. Eso no lo podemos controlar
(aunque a ambos nos joda mucho, porque a controladores no nos ganan
ni los de Aena). En cualquier caso, cogido de su mano, me lanzo al
vacío, si hace falta. Porque no hay mejor destino que su caricia, y
su abrazo. Y ya está.
Por
si alguna vez yo me despisto (esto me ocurre a menuda) quiero que
Geor sepa que siempre (SIEMPRE) puede contar conmigo. No hasta cien,
ni hasta mil; sino que PUEDE CONTAR CONMIGO. Es lo que tiene ser
familia.
Y
mira, ya está. Ya no escribo más, porque voy a deshidratarme de
tanto lagrimón. Me dejo muchas (muuuuchas) cosas atrás. Lo sé.
Pero cerraré esta actualización con un poema que Geor una vez me
regaló, y tengo enmarcado en mi casa. El texto no es de ella… pero
la apostilla final sí. Y resume perfectamente… yo qué sé. Lo
resume perfectamente todo. La pongo en negrita (su apostilla).
“Si
yo te comentase que la vida es mentira,
háblame
del amor o de tu cuerpo,
de
la noche contigo.
Y
recuérdame luego
los
días que son días porque alguien me ama
o
acaso
porque
tú me prefieres.”
¿Cómo
no preferirte a ti?
Eso
digo yo, Mismi. ¿Cómo no preferirte a ti? Ay…
NOTA:
Podría haber puerto una foto de Geor sola, pero he elegido esta en
la que estamos l@s tres herman@s.
Fue un día muy feliz. Seguro que a ella le encanta.