lunes, 14 de octubre de 2013

El talento de Mr. Superbala





Qué gracia. Justamente hoy, cuando le daba vueltas a una idea de actualización; un amigo ha comentado en el facebook que “el talento es algo que no se puede disimular ni contener”. Me ha hecho gracia porque doy por sentado que al decir “talento” se refiere a “mi talento”. Y precisamente de eso quería yo hablar. Aunque es posible que esto sólo me importe a mí. Si es así, güenohtá: pa eso esta es mi cybercasa; y hablo de lo que me da la gana. O de lo que puedo hablar así, tan públicamente.

Yo desde siempre he sido un chaval brillante: por lo que me cuentan, de niño ya sobresalía por mi locuacidad y mi madurez, impropia de tan tempranas edades. Esto segundo, que es algo que desarrollé en plan “a la fuerza ahorcan”, me ha causado (me está causando) bastantes problemas. Porque cuando eres un niño y no ejerces de niño acabas pagando un precio muy alto. Esa infancia no vivida se enquista, se hipertrofia, se enmaraña; y desarrolla tentáculos que a veces estrangulan el corazón. No lo digo en plan victimista: me tocó llevar esa vida; y gracias a eso adquirí herramientas que me han permitido ser el que soy. Y el que soy no está muy malejo, la verdad. Me siento agradecido por eso; y al mismo tiempo subrayo las carencias que crecer (o no) así ha sembrado en mi personalidad, tan frágil y tan corajuda como la de cualquier otr@ human being. Ahora, a mi edad; sin dejar de ser el superbala perfeccionista, responsable y bondadoso; el que busca su equilibrio y trata de alcanzar cierto grado de coherencia; intento también reencontrarme (diría mejor encontrarme, a secas) con ese niño que nunca fui. Encontrarme con él para conocerlo, para protegerlo, y para decirle que es bueno y que tiene derecho a ser como es, y a concederse algún capricho. Aunque a veces eso resulte incómodo y desconcertante. Para los demás y para mí. Es lo que hay.

Pues eso: que entre los talentos que debí desarrollar para ejercer mi rol de “no niño” está la brillantez intelectual, y cierta facilidad para resultar sutil y perspicaz. Ocurrente. Divertido. Agudo. No sé si realmente todo eso forma parte de mi naturaleza; o son formas de relacionarme con el mundo que potencié para disimular mis complejos, mis timideces y mis miedos. Da igual. El caso es que crecí así; y ahora mucha gente me considera un tipo talentoso. Un chico listo. Alguien cuyas opiniones merece la pena escuchar. Y brillante. Y creativo. Como odio la falsa modestia, reconozco que sí, que puedo parecer todo eso, y a veces incluso puedo llegar a serlo. Algo de verdad tiene que haber, porque en mi entorno hay mucha gente interesantísima y cultísima e inteligentísima. Y ya se sabe que acabamos rodeados de nuestros iguales. Por aquello de “Dios los cría” y tal y cual. 

Que te consideren talentoso está muy bien: te sube la autoestima y te hace sentir “bueno”; “admirado”; “considerado”. Para mí todo eso es muy importante. Que me consideren de esa manera, digo. Quizá es hasta demasiado importante. Porque, ¿qué pasa si algún día no quiero ser tan brillante; si no me apetece resultar tan ocurrente; si no tengo ganas de demostrar mi talento intelectual, humorístico o social? Supongo que nada. No pasa nada. Pero para mí sí pasa. Así que a veces me estresa mucho esa alta consideración en la que mucha gente me tiene. Porque siento que debo estar a la altura de sus expectativas; que, de tan repetidas, son ya también mis expectativas. Y ese nivel de autoexigencia, algunos días, me ahoga.

Por eso a veces no actualizo el blog: porque, en contra de lo que much@s podéis considerar; para mí escribir no es un ejercicio espontáneo, divertido y liberador. Al menos no siempre lo es. Yo sé que esto de juntar palabras se me da bastante bien; y aun así me requiere cierto esfuerzo, en ocasiones no demasiado gratificante. Muchos días me descubro a mí mismo pensando que debo ponerme delante del ordenador, y desarrollar esta capacidad mía para la narrativa: poner negro sobre blanco las ideas, más o menos peregrinas, que me vienen a la cabeza; escribir un cuento, un relato, una novela; o simplemente componer un texto desternillante acerca de las mil y una gilipolleces que me ocurren en “el devenir mismo de la vida”. Pero no lo hago. ¿Por qué? Porque, si eres un lector sutil, habrás visto cómo he utilizado la locución adverbial “debo ponerme”. Y de verdad, uno se harta de hacer siempre lo que debe hacer.

NOTA: En la foto, con mi sobrino. Quizá el trato con él facilite ese encuentro con el niño que nunca fui. Espero que así sea.

2 comentarios:

  1. Si te sirve de algo, para mi no es necesario que te esfuerces más! el talento va contigo, y estés triste, contento, borracho o mutista tu lo tienes, y es el talento de dejarte querer y de hacernos sentirnos queridos!

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  2. Cuando fuiste niño fuiste niño. No hay vuelta de hoja

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