martes, 9 de junio de 2015

De moralinas y coñohonraos

 

Hace no mucho tiempo, una amiga muy querida (sabia ella, en toda la dimensión de la palabra) me descubrió un par de conceptos a los que últimamente recurro con bastante frecuencia: “moralina” y “coñohonrao”. Definen muy precisamente determinadas actitudes ante la vida y el prójimo, y (desgraciadamente, debo decir) resultan la mar de aplicables; incluso autoaplicables, que es lo peor. Son ideas ambas muy íntimamente relacionadas: no hay coñohnrao sin moralina, aunque sí puede desarrollar moralina alguien que no vaya por la vida de “coñhonrao”. ¡Ay! Ya me estoy metiendo en laberintos lingüísticos. Será la falta de práctica en estas lides blogueras. Digo yo.

Como suelo hacer en estas circunstancias, he acudido al DRAE para buscar una definición académica de cuyo hilo ir tirando. Obviamente, “coñohonrao” no aparece entre los vocablos recogidos en el diccionario (tiempo al tiempo: se trata de una realidad tan extendida que el término acabará definido negro sobre blanco). “Moralina” sí que aparece, por supuesto: según las preclaras autoridades de la Lengua Española, es la “Moralidad inoportuna, superficial o falsa”. Pues sí, se acerca bastante a lo que mi amiga (y yo, por extensión) quiere referirse cuando utiliza la palabra. La moralina es ese juez que tod@s llevamos dentro (un@s con más ruido que otr@s); ese magistrado que, desde su estrado, blande su maza para condenar conductas y emociones y comportamientos y formas de vivir la vida propios y ajenos. Cuando se refiere a uno mismo, la moralina suele ser expresión de nuestras taras, nuestras limitaciones, nuestros miedos, complejos y prejuicios; y generalmente se manifiesta como ese gran enemigo de la felicidad que conocemos como “culpa”. Qué jueguito nos da en el día a día, la hijadelagranputa “culpa”. Nuestra moralina nos hace sentirnos culpables por hacer lo que queremos hacer; por ser como realmente somos; o por llevar la vida que auténticamente anhelamos vivir. Actúa censurando nuestros deseos y cercenando nuestras pulsiones, hasta el punto de que, en una pirueta de insalubridad emocional, nos impide ser consecuentes con las auténticas aspiraciones de nuestro cuerpo y nuestra alma; con eso que nuestro corazón nos está pidiendo a gritos. A mí me ha pasado con frecuencia, porque tengo una carga de moralina pa alicatar cuatro cuartos de baño. Me callo, me corto, evito, niego, amordazo, justifico, me pongo la venda, aprieto los dientes... y, en definitiva, me voy jodiendo vivo tan ricamente, porque me condeno a no ser auténticamente yo. ¿Para qué? Pues para que me quieran y me abracen y me acepten. O para que hagan todo eso con alguien que se parece a mí (pero que no soy yo). Y para sentirme un “hombre de bien”. Valiente capullada. Genera mucha soledad, curiosamente.

A veces (yo mismo lo he hecho; y quizá todavía lo hago, espero que cada vez con menos frecuencia) disfrazamos la moralina de generosidad o de bohomía. Nos decimos: “esto voy a hacerlo por amor”; o “esto evito hacerlo para no causarle un sufrimiento a alguien a quien quiero de verdad”. Y así vamos, sintiéndonos encima personas abnegadas que consagran su sacrificio a un Bien Mayor. Mojones y gordos. Mentiras hediondas de la peor calaña. No nos engañemos: lo que pasa es que nos da un cague atroz enfrentarnos con eso que nos enseñaron a identificar como nuestra “parte mala”. Y oiga, mirehusté, a lo mejor tampoco resulta tan negativa. A lo mejor lo malo es la puta moralina. Para nosotros y para los demás. Pero atravesar esa barrera; pasar más allá de la culpa y el miedo; y comportarse de manera auténtica (sea eso lo que sea)... joder, da mucho canguelo. Y tiene sus consecuencias, claro. A veces, nefastas. Generalmente menos graves de lo que nuestra imaginativa moralina nos invita a pensar. En realidad, por experiencia puedo afirmar (y afirmo) que ese ejercicio resulta a medio plazo muy liberador. Mucho. Muchísimo. Y ayuda a prevenir las úlceras de estómago. Eso también. Mucho más que el Omeoprazol. ¡Dónde va a parar!

La moralina (cada cual tiene la suya propia) podemos manejarla de diferentes formas. Supongo que, ya que eliminarla está sólo al alcance de grandes místicos y monjes budistas; lo más saludable debe ser identificarla, comprehenderla, y someterla a un trabajo de toreo fino para que nos limite lo menos posible, a la hora de convivir con nosotros mismos y también en la relación – tan fluctuante- que mantenemos con la gente de nuestro entorno. Claro que también podemos hacer de la moralina un estilo de vida. Abrazarnos a ella y... ¡ea, a condenar a diestro y siniestro! Como quien se ciñe un disfraz de carnaval, pero en versión hijodeputa. Muy al estilo Brie VandeCamp. Y es aquí, amiguitos y amiguitas, donde irrumpe el coñohonrao. O la coñohonrao, porque esta manera de ser, de comportarse y de sentir no distingue de géneros ni edades ni clases sociales.

Un coñohonrao es, en esencia, justamente eso: alguien que ha convertido la moralina en una forma de manejarse por el mundo. Los coñohonraos, a base de negar su trastienda (o precisamente para no enfrentarse a lo que hay almacenado en ella) se sienten directamente mejores personas. Y encima suelen presumir de ello. Así, a boca llena. “Yo jamás actuaría de esa forma”; “soy incapaz de aguantar semejante comportamiento”; “a mí no me las dan con queso”; “en tu lugar, lo habría mandado a la mierda hace siglos”; “¡cómo has podido hacer algo así!”, “¿yo? Vamos, vamos... en la vida”; “ni muerto”; “superparanada”; never in my life” y otros vómitos verbales. Entrañables, empáticos; de abrazarse a ell@s bajo las estrellas en cálidas noches estivales. Arcas secas.

Hay muchos tipos de coñohonraos, y todos comparten una esencia muy identificable, un tufillo a podredumbre emocional que a mí me resulta cada vez más reconocible. Está el coñohonrao abnegado, el rencoroso, el envidioso, el happyflower, el cenizo; también el inofensivo, que sólo se hace pupa a sí mismo y no provoca daños colaterales. En casi todos los casos se trata de hipócritas de libro, ejemplos prístinos de la doble moral; gente experta en ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el suyo. Bueno, no, me corrijo: ven la paja en el ojo ajeno PARA no ver la viga en el suyo. Porque la sinceridad de los demás amenaza demasiado peligrosamente el delicado castillo de humo con que camuflan sus propias miserias. Y un coñohonrao le tiene mucho apego a su máscara. La necesita para seguir alimentando su autoengaño. No vas a venir ahora tú a resquebrajarla. Te quié í ya.

Supongo que yo mismo, en determinadas circunstancias y ante determinadas personas, me he comportado como un coñohonrao. Vamos, no lo supongo: lo sé a ciencia cierta.Y, como ya he reconocido, tengo una lamentablemente pesada carga de moralina. Tanta, que me he cortado mucho al escribir este texto. Por la puta moralina de los cojones. Qué coraje. Qué le vamos a hacer.

 

1 comentario:

  1. Este post merece mucho comentario, por estar muy super-mega-de-acuerdo (o sea..) ..Desconocía la "definición" de coñohonrao, pero una vez sabida he de decir que hace muuuuuucho tiempo que dejé de practicarla (o al menos, he sido lo suficientemente consciente de no querer practicarla, sobre todo por lo inútil del asunto)...Me di cuenta de mi mismidad mucho antes de que otros/as se dieran cuenta de su propia mismidad y cuando el tiempo, la edad, la madurez y "eso" que llaman VIDA les daban ZAS en toda la boca!!!, yo pensaba:"ay, gorrión, si eso te lo veía yo venir hace siglos"....En mi caso, creo que me he dado cuenta desde bien tempranito de lo "useless" que resultan esas expresiones que comentas (lo de: "a mí no me las dan con queso”; “en tu lugar, lo habría mandado a la mierda hace siglos”; “¡cómo has podido hacer algo así!”, “¿yo? Vamos, vamos... en la vida”; “ni muerto”; “superparanada”; never in my life” y otros vómitos verbales...) A ver, que haberlos, los hubo ...y de mis labios han salido....pero desde mi más tierna juventud he tenido muy presente (y he practicado) el noble arte de tragarse las propias palabras, con lo que me dije pa mis adentros: "Coño! deja de decir semejante sarta de gilipolleces, que no hay anchura de esófago que lo resista"!...En fin, seguro que algo de coñohonrao me sale todavía....pero a quién no..tampoco "semos" perfectos....

    En cuanto a la moralina....menuda putada!..la sufro y la padezco en carnes propias (la del autocastigo y la puta-culpa-de-los-cojones)..e intento (y creo que lo consigo) no escupirla a los demás...bastante tengo yo con la mía como para además preocuparme de generársela a los demás (hasta ahí podíamos llegar...)...Me encantaría pasármela por el mismisimo forro más a menudo..Reconozco que muchas veces no actúo conforme a ella (la moralina, digo), pero la muy puta me busca y me persigue después....Aunque una cosa digo: ahora que me ha dao por el running ..tengo yo una habilidad pa salir por patas corriendo, que cualquier día la despisto en una esquina pa no verla nunca más.... y tan contenta, oiga!

    C.H.

    ResponderEliminar