viernes, 24 de junio de 2022

HoY


 

Me pasa de vez en cuando: tras un periodo de silencio bloguero, viene alguien y me espeta: “Javi, ¿por qué no actualizas tu blog? Me gusta leer las idioteces que escribes”. Bueno, vale: lo de las idioteces no me lo dicen (no frecuento gentuza de semejante jaez, al menos en este momento de mi vida); pero lo de que actualice, sí que lo dicen. Entonces me vienen las moralinas malas, porque pienso que no le dedico tiempo a este cyberescaparate que tan revelador ha sido (para mí y para parte de mi entorno) en situaciones críticas de mi existencia. O que, simplemente, me ha permitido expresar ciertas inquietudes, emociones e ideas, de manera más o menos ordenada y siempre bastante extensa (ejem). En general, me comentan que escribo tal cual hablo; y que es fácil reconocerme en mis textos. Supongo que es deformación profesional… y personal. Soy barroca, sí, qué pasa. El minimalismo está muy sobrevalorado. ¡Tela!

En fin: que el otro día una persona importante en mi ecosistema actual me animó a perpetrar una parrafada nueva. Mentiría si dijera que he estado dándole vueltas a qué escribir, sobre qué asunto reflexionar o qué anécdota surrealista (de esas mamarrachadas que me pasan a mí) glosar sobre este papel tejido de megabytes. No, no he hecho nada de eso, por lo que este texto sólo refleja lo que siento ahora, en este mismo instante en que he encendido el ordenador y me he puesto a darle a las teclas. ¿Qué saldrá de aquí? Pues ni pajolera idea. Veámoslo. Juntos, que siempre divierte más.

A ver… Estoy tranquilo. Aparte de lo de la pandemia, la guerra, la inflación y demás zarandajas que pueden llegar a afectarme mucho emocionalmente (eso me pasa por ver los informativos… o como queramos llamar a eso que ponen a las tres de la tarde en la tele); aparte de todo eso, digo… me va bien. Tranquilamente bien. Sin estridencias. Salgo y entro, o me quedo en casa vendo series. Sigue siendo fácil encontrarme en la calle con una Cruzcampo en la mano, pero ya me dan pereza las madrugadas. Veo a mis amigos menos de lo que quisiera (esto ya es un clásico en mi biografía), y el deporte sigue estando entre mis asignaturas pendientes. También he cogido unos kilos, lo cual me jode bastante (como siempre). Me cambiaron de trabajo y ahora me dedico a algo que no había hecho nunca antes, lo cual resulta estimulante para mis neuronas (y lucrativo para mi bolsillo, todo hay que decirlo). Me ofrecen proyectos emocionantes que no abordo porque… porque no me apetece, ahora mismo. No tengo grandes planes de viaje este verano, aunque volé a Londres hace poco en gratísima compañía, y lloré a mares en el musical de “Frozen” (“Do you wan’t to build a snowmaaaaannnn”… Ains...). Estuve de boda (muy feliz) en Burdeos y esta noche voy al concierto de mi futura nueva mejor amiga (a.k.a. Pastora Soler). Me inquietan los problemas de mi gente querida, pero afortunadamente nos son cuestiones graves (cruzo los dedos). Echo de menos a algunas personas con la que espero reunirme pronto, y que todo sea como si no hubiera pasado el tiempo. Hago karaoke (a veces con peluca); y sonrío como un niño viendo disfrutar a mis seres humanos afectos. ¡Ah! ¡Y ahora me regalan huevos de gallina de verdad y productos de una huerta auténtica! (además de otras cosas que alimentan mis emociones y me ocupan alegremente muchos momentos del día). Mi corazón está vivo, palpitante; tengo ilusiones y amor… y…. y…. y la familia bien, gracias. Eso es todo.

Así dicho, puede parecer que atravieso un momento un poco letárgico, yo que siempre me valaglorié de intensidades mil, en todos los aspectos. Y no, mireuhté. Superparanada. Con asombro, descubro que esta tranquilidad; este orden (relativo); y esta ausencia de montañas rusas (Germán las llamaría “volaoras”, mucho más graciosamente) me hacen bastante bien. Como decía más arriba, vivo aproximadamente tranquilo. Así que… Virgencita, que me quede como estoy. Esto se lo digo a la Macarena, que para eso es vecina, y amiga. De prestarnos la ropa, vamos. Uña y esmalte. Lo que la quiero yo (campanas aparte).

Voy a cerrar este sinsentido con una anécdota que no tiene nada que ver con lo anterior (o quizá sí...mmmm…). Ni siquiera me ocurrió a mí, pero se me ha venido a la cabeza y me apetece contarla, porque es MARAVILLOSA. El otro día mi amigo Germán (ya aparece mencionado dos veces en este texto, se ve que me ronda mucho la cabeza, y el corazón); Germán, digo, conoció a una chica latinoamericana con la que mantuvo una breve conversación, que paso a reproducir. IMPORTANTE: lo que dice esta muchacha (y con “muchacha” no me refiero a Germán, sino a la otra) hay que leerlo con acento sudamericano, y a poder ser, en voz alta, porque, si no, la anécdota pierde toda la gracia. Vamos allá:

Germán: (a la muchacha) “Hola, soy Germán, encantado”

Muchacha: (con dulce acento latino) “¡Igualmente! ¿Qué tal, cómo estás?

Germán: Pues bien, pero… (bostezando) ¡tengo un sueñoooo!

Muchacha: “Ay, ¡Pues ojalá que se te cumpla!”

No me digáis que no es para comérsela con papas (o con yuca, en este caso). Pues eso: que ojalá que se te cumpla. Y feliz viernes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario