miércoles, 2 de diciembre de 2020

NavIDaD

 

Disfruto mucho la Navidad. Ya sé que esto no queda muy guay, porque lo trendy es decir que se trata de una fiesta de mierda y que es un rollo tal y cual. Pero a mí me superencanta (osea). Las luces, titilantes, tendidas como constelaciones eléctricas deslumbran desde el cielo de la ciudad; el aroma a castañas asadas, tan suculento; el gentío; los reencuentros; los villancicos; María Carey (sencilla y recatada siempre) y todo ese brilli brilli en el que coyunturalmente nos sumergimos (literal y metafóricamente) me dan calor en los meses de invierno, tan sombríos sin toda esa purpurina. ¿Que hay mucha hipocresía tras eso que llaman el “espíritu navideño”? Pues vale, me da igual: prefiero las sonrisas más o menos impostadas al derrotismo y la mala leche que salen a la luz en épocas menos refulgentes del calendario. ¿Que son una manifestación del consumismo desbocado? Pues vaya novedad, como si el resto del año viviéramos en una comuna, practicando el trueque solidario y el desapego material al compás del Cumbayá. No te jode. Entiendo muy bien los argumentos de aquellos que odian la Navidad, por motivos más o menos personales y/o sinceros. Pero a mí que me dejen en paz mientras canto por Michael Bublé “Its begining to look a lot like Christmas”. Que no me den la coña con los gruñidos y el despotrique antinavideño. Siempre he dicho que no hay en el mundo nada peor que un aguafiestas... Y ese cenizo tan siniestro resulta aún más dañino cuando me asalta estando yo tan feliz bajo las hojas de acebo, deslumbrado por las bombillitas, las lentejuelas y los níveos copos de poliespán. Dejadme con mis noveleríos, leches. Que no está el panorama como para desperdiciar una ocasión festiva.

Dicho todo esto… A ver, tengamos un poco de mesura, y entendamos que las Navidades son también una especie de fantasía a la que a algunos nos gusta entregarnos. Ilusión; Vodevil. Sin más. Este año, por mor de las circunstancias pandémicas que nos han tocado padecer, las Navidades serán necesariamente distintas. Tienes que serlo. Y no pasa nada, oiga. Pero nada de nada. Si el 24 no me puedo reunir físicamente con mi breve familia para brindar con champán del malo… pues tampoco se acaba el mundo. No me sentiré deprimido ni taciturno… ni siquiera triste. Porque no me da la gana; porque la ocasión no lo amerita. Intentaré ver a mi gente en otro momento menos comprometido, y sanseacabó. Puede que me toque cenar solo en mi casa. Y si es así, me compraré viandas de esas que el resto del año no me puedo permitir (para seguir cabiendo en mis vaqueros, digo); haré unas cuantas llamadas (con o sin vídeo); me pondré una peli sentimental… y punto pelota. Tan feliz, tan agusto, tan agradecido por todo lo bueno que la vida me ofrece (y lo que te rondaré). Tengo la fortuna de haber recibido varias invitaciones para que todo eso no ocurra, porque gente que me quiere mucho y bien se sentiría muy triste sabiendo que esa noche estoy solo. Pero es que no es así: yo NUNCA estoy solo. Porque os tengo a vosotros, que tanto me bienamáis. Y ese es un patromonio que no cabe en el saco de Papá Noel. Además, precisamente este año el adviento me pilla con una nueva compañía, que complementa y completa la de mi familia y amigos. Un compañero inesperado, recién venido a mi vida como regalo precoz de Sus Majestades de Oriente. En realidad es aún mejor que eso, porque yo no lo pedí; y seguro que no se me habría ocurrido incluir a alguien tan guay en mi carta a los Reyes. He debido ser un chico muy bueno. Espero que sí: le pongo voluntad a diario.

Lo único que de verdad me jode de esta Navidad es no poder montar mi archifamoso y ultravenerado árbol de Navidad. Me jode no poder montarlo… y no poder exponerlo por el interné, para solaz y/o pavor de mi ilustre audiencia cibernética. Es que las toneladas de adornos me cogen a una inalcanzable distancia de 200 km… y no es plan de saltarme el confinamiento perimetral por ese motivo (aunque confieso que me lo he planteado, por ser completamente franco). Este año me temo que en mi árbol habrá bastante verde, porque he tenido que partir de cero y adquirir adornos como para enterrarlo no hay presupuesto que lo resista. Habrá verde, sí, lo reconozco avergonzado. Pero, a cambio, la tarea de planificarlo y contruirlo (literalmente) desde cero me está resultando… cómo definirlo… deslumbrantemente feliz. Como ya avancé en otra red social, mi árbol de este año será distinto: quizá no funcione como ese homenaje habitual al horror vacui que tantas pasiones despierta entre mis fans… Pero para mí es, quizá, el árbol más especial de los últimos años, por una sencilla (y feliz) razón. Esta vez está siendo ornamentado a cuatro manos; así que no puedo hablar de “mi árbol” sino de “nuestro árbol”. Montarlo así, al alimón; entusiasmadamente enamorado (ya está, ya lo he dicho) cubre de purpurina mis manos, y también mi corazón. Me siento con el alma ilusionada; y tengo un mágico destello en la mirada, y cascabeles en el pecho. Si eso todo no es navideño… que venga el reno Rudolf y lo vea.

Postdata 1: Gloria, me apunto lo del elfo convidando a anís del mono para incorporarlo a mi árbol del año que viene. Esta vez no me da tiempo de hacer el casting del elfo, los papeles del seguro, etc.

Postdata 2: En la foto, ni árbol del año pasado, antes de caer vencido por el peso de tanto cachibache. No esperéis algo igual. Advertidos quedáis, luego no quiero quejas, ni reproches, ni lamentos, ni crujir de dientes.

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