jueves, 12 de diciembre de 2013

Cómo hacer el capullo (y encima, en chándal)


El otro día me preguntó un amigo si existe algún ámbito en el que no demuestre destreza. Le respondí que el ámbito emocional, y hoy añado que también el deportivo. No me gusta el deporte. Lo digo abiertamente, aunque me riñan desde la OMS. Es que siempre he sido muy torpe para las actividades físicas. Bueno, no; un momento;  esto no es cierto. Lo matizo: siempre he sido muy torpe para las actividades físicas que me obligaban a practicar en la escuela. Para otras, no. Por ejemplo, se me dan fenomenal el baile y las acrobacias. Habría sido un gimnasta de primera. Pero claro, en mi cole eso no se llevaba. En clase de Educación física, o jugabas al fútbol, o al baloncesto, o corrías campo a través cual cabra descarriada, o hacías abdominales así a palo seco, sin epidural ni nada. Un asquito, vaya. Porque todo eso se me da superfataldelamuerte (osea). Y además me aburre. Así que yo era el típico marginado al que siempre elegían el último cuando se formaban los equipos. El gordito empollón, que no atinaba a darle a la pelota ni aunque la tuviera bajo los pies. Qué frustración más grande, qué soledades pasaba el pequeño Javi. Claro que yo en venganza me liaba a dar patadas a diestro y siniestro: amargado, sí, pero jodiendo. Así funciona siempre, ¿no? 

El caso es que al final acabé convenciéndome de que el deporte no es lo mío. También ocurre que me han pasado mil y una desgracias cuando he querido meterme de lleno en lo de “mens sana in corpore sano”. Los amiguit@s ya conocéis esas crónicas patéticas de mis incursiones en el olimpismo de andar por casa. Aun así, las voy a enumerar aquí: para vergüenza mía y cachondeo general. Hay que tener en cuenta que casi todo lo que voy a contar me ocurrió en un periodo de pocos meses. Vamos, que me no me dieron el pase VIP del ambulatorio porque eso todavía no se ha inventado. Aunque sospecho que en el 18 de Julio (hospital malagueño ya desaparecido) llegaron a poner una plaquita con mi nombre, quizá en la sala de suturas. Por buen cliente. Y risueño, en mi desgracia. Eso, siempre. Vamos allá:

- Primero me dio por correr por el Paseo Marítimo, antes de que lo del footing (sí, footing, qué pasa. Soy así de antiguo) se pusiera tan de moda. Quién me mandaría a mí ponerme a trotar, ni que fuera yo un jamaicano de esos de turgente musculatura abdominal y fornidas piernas de gacela. Superparanada. Resultado: al segundo día de trote cochinero disfruté de mi primer esguince. Dios me estaba enviando una señal. Pero yo, que quería adelgazar a toda costa, no le hice caso. Tremendo error, porque...

- Como no podía correr (por el esguince), decidí entregarme al salutífero deslizamiento por agua dulce. A nadar en la piscina de casa de mi madre, vamos. Esto se me tenía que dar bien por cojones: un deporte de nulo impacto, en el que yo estaba relativamente entrenado, porque de pequeño recibí clases e incluso llegué a ganar alguna medalla (de bronce, sí; y en el ámbito de mi urba, vale. Pero medalla al fin y al cabo). Nado muy bien, hasta a mariposa (sin coñitas, que os conozco). ¿Qué me podía pasar? Pues una otitis galopante. Eso me pasó. Pero de las de gritar de dolor y mecha con antibióticos metida hasta el tímpano. Qué malamente. Segunda visita al Hospital, ya empezaban a llamarme las enfermeras por mi nombre. Y yo, como un capullo...

- ... ya me encontraba mejor del esguince. No curado del todo, pero mejor. Así que enredé a mi amiga Cristina para jugar al tenis. El caso es que el tenis también se me da bien, y también recibí clases de raqueta en mi más tierna infancia. Pijo y ricachón que era uno. Además, quería ganarle a Cristina a toda costa. Mira que la quiero y la adoro y la idolatro, pero ella es muy hábil en todo y no hay nada que me pueda dar más placer que verla caer derrotada. Ya si la derroto yo... orgasmo asegurado. ¡Sí, sí, sí, amiguitos! Hice que mordiera la red... y conseguirlo me costó el segundo esguince del verano. Me lo hice al principio del partido, pero aguanté como un buen psicópata para ganarle a Cristina. ¿Que acabé nuevamente en el Hospital? Sí. Pero con el dulce sabor de la victoria inundándome el paladar. Así duele menos.


- Claro, a esas alturas aún estaba convaleciente de la otitis. La natación estaba descartada... pero nadie dijo nada de hacer acrobacias desde el bordillo a la piscina. Salto mortal atrás, altísimo, perfectamente ejecutado... con caída de cabeza sobre el mismo filo del bordillo. Cuando entré por las puertas de mi casa, entre la sangre, el agua y mi pelo largo, parecía las mismísima Carrie en sus peores momentos de posesión. En el Hospital me saludaron con dos besos, y me plantaron siete puntos en la cabeza, sin anestesia. Supongo que era por ahorrar, demasiado gasto estaba haciéndole ya a la Seguridad social.

- Y ya por último, rizando el rizo de la gilipollez, me apunté al gimnasio. Un solo día duré, porque se me cayó en la cabeza una pesa de veinte kilos. Tal y como estáis leyendo. Puede parecer ficción, pero no lo es. Una brecha de cinco puntos de sutura en la coronilla lo atestigua, aún hoy. El bochornazo que pasé cuando la puñetera pesa, tras rebotar en mi chorla, golpeó contra el suelo; y la cara alucinada del monitor (un armario empotrado con pánico a la sangre) al verme bañado de rojo en plan “La matanza de Texas” no tienen parangón. Pa darme de hostias hasta en el carné de identidad. Por gilipollas y por torpe; y tentar a la suerte una y otra vez.

De mis hazañas en la nieve mejor no hablo. Sólo diré que incluyen pérdida de conocimiento, extravío de esquíes, rotura de fijaciones y un cuasi infanticidio en grado de tentativa. Idealísimo todo.

Por lo anterior, entenderéis que he tirado la toalla. No hago deporte, por razones médicas y de dignidad personal. Pero últimamente he descubierto el pilates, y ahí sí: ahí me luzco muchísimo, y me relajo, y conecto con mi cuerpo, y me olvido por un rato de todas mis obsesiones, que son muchas y muy variadas. Claro que si veis que de pronto desaparezco foreverandever, es que me he matado practicando el “roll up”. ¿Os parece imposible? ¡Ay, almas de cántaro! No sabéis con quién estáis hablando.

FOTO: El menda tras la clase de pilates. Alguna mente insana puede pensar que el rollo éste que me he marcado es sólo una excusa para exhibirme en mallas y camiseta sin tirantes. Qué enfermos estáis, de verdad. Ni confirmo ni desmiento.


3 comentarios:

  1. bueno me duele el michelin ahi donde tendria que estar "el abdominal" de la risa! como vieja amiga para los nuevos que leais esto, diré que TODO es verdad!
    incluso que en la foto va sin pantalones...
    Ra

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  2. ajajajajaj ,no me he podido reir mas ,me meooo toaaaa,que arte tienes por dio¡¡¡¡¡ si es que todo no se te puede dar bien,me acuerdo perfectamente de tus dotes atleticas,no las has podido describir mejor¡¡¡¡¡un besazoooo

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  3. jajajajajajajaj, te estoy viendo, te estoy viendo....!!!
    Achuchón!

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