viernes, 20 de diciembre de 2013



Tiene tela: la anterior actualización de mi blog ha sido, con diferencia, la más leída de los últimos tiempos. Y la más comentada. Bueno, en realidad no, la actualización en sí no ha sido muy comentada; pero la foto sí. Por eso ha recibido este cyberescaparate tantas visitas, de pronto. Por la foto; porque usé como reclamo, a través de facebook, esa instantánea en la que salgo tan guapísimo. Y claro, llamad@s por ese señuelo irresistible, much@s habéis pinchado en el enlace, para ver qué se escondía detrás. Y entonces habéis llegado aquí, quizá por primera vez. Me alegro (de que hayáis llegado aquí, digo). Y que lo hayáis hecho por mor de una foto mía (aun siendo extemporánea, muy lejana en el tiempo; y a pesar de que demuestra que el paso de los años me ha perjudicado de manera evidente), pues también me da alegría. Y me hace pensar. ¿Habría tenido tantas visitas si hubiese puesto la foto de un árbol de Navidad, o de una pluma, o de los tomos de la Constitución española? No. Seguro que no. Lo sé porque en su día puse esas fotos, y no obtuve semejante éxito. Conclusión: la belleza nos atrapa, nos mueve y nos conmueve. Y despierta nuestro interés mucho más que cualquier otra sensación. Nótese mi forma de definir la belleza: una sensación. De eso; y a cuenta de todo esto que digo como breve (juas y requeterrejuás) introducción, quiero hablar hoy.

Es que yo soy muy sensible a la belleza. Muchísimo. Creo que es una de mis mayores cualidades. Veo la belleza, la reconozco, la descubro; y puedo llegar a estremecerme con ese abrazo eléctrico que lo bello me transmite. Cuando digo “lo bello” me refiero a una cualidad difícilmente definible que se materializa de muchas formas distintas: en un rostro proporcionado; en un paisaje deslumbrante; en una conversación divertida, o profunda; en el beso de un amigo; en un texto, o en una simple palabra bien traída, de esas que vienen muy a cuento y dicen mucho con muy poco; en la mirada cómplice de un compañero de trabajo; en la luz nítida y evocadora de esta mañana de invierno... Incluso en la enfermedad y la muerte. También ahí puede haber mucha belleza. Lo digo por experiencia.

He llegado a derramar lágrimas como pagodas por la sacudida emocional que la belleza me transmite. Lágrimas de felicidad, por supuesto. Y en ese momento me he sentido muy libre y muy afortunado y muy ligero.... y he llegado a pensar que iban a brotarme alas para despegarme un par de palmos de suelo, así, tan beatíficamente. Claro, esto no me ocurre todos los días, no sé si por suerte o por desgracia. Quizá está bien que así sea, porque si no me pasaría la vida llora que te llora y con los vellos de punta. Y eso no debe de ser bueno para la salud. Aun así, casi a diario me sobresalto por la contemplación... no, no por la contemplación: por la admiración que algo bello me produce, muchas veces donde menos me lo espero. A despecho de los agoreros y los derrotistas, vivimos rodeados de belleza. Está ahí, esperándonos, deseando que la descubramos y la contemplemos y la disfrutemos. O a lo mejor es que, en realidad, la belleza habita en el fondo de mis ojos negros, y sólo necesita una pequeña excusa para detonar y dejarme con las patitas colgando. Quizá también habita en el fondo de tus ojos, queridísim@ lector/a. Segurísimo que sí.

Pensando en esta actualización, he buscado en el diccionario el significado “oficial” de la palabra “belleza”, pensando que iba a parecerme insuficiente e incompleta. Y no, mira por dónde, no: la definición me encanta. Dice el DRAE que la belleza es la “Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual”.

Os amo porque sois bell@s; o quizá sois bell@s porque os amo. O las dos cosas a la vez.

FOTO: Una de esas bellezas enormes, de las que te hacen llorar. Cuando este paisaje nepalí apareció ante mis ojos, se me doblaron las piernas. Literalmente.

1 comentario:

  1. Háztelo mirar, podrías padecer una grave enfermedad psicosomática conocida como Síndrome de Stendhal. Mónica, mi mujer, a la cual no tienes el gusto de conocer, pianista y toda sensibilidad me descubrió esta "tara" al decirme que ella misma la padecía.
    He buscado en la fuente de la sabiduría (google) para ver si hay algo radicalmente contrario a este síndrome, y parece que no lo hay, así que creo que voy a patentarlo con mi nombre, Síndrome de Aruiz.

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