Tiene tela: la anterior actualización de mi blog ha sido, con diferencia, la más leída de los últimos tiempos. Y la más comentada. Bueno, en realidad no, la actualización en sí no ha sido muy comentada; pero la foto sí. Por eso ha recibido este cyberescaparate tantas visitas, de pronto. Por la foto; porque usé como reclamo, a través de facebook, esa instantánea en la que salgo tan guapísimo. Y claro, llamad@s por ese señuelo irresistible, much@s habéis pinchado en el enlace, para ver qué se escondía detrás. Y entonces habéis llegado aquí, quizá por primera vez. Me alegro (de que hayáis llegado aquí, digo). Y que lo hayáis hecho por mor de una foto mía (aun siendo extemporánea, muy lejana en el tiempo; y a pesar de que demuestra que el paso de los años me ha perjudicado de manera evidente), pues también me da alegría. Y me hace pensar. ¿Habría tenido tantas visitas si hubiese puesto la foto de un árbol de Navidad, o de una pluma, o de los tomos de la Constitución española? No. Seguro que no. Lo sé porque en su día puse esas fotos, y no obtuve semejante éxito. Conclusión: la belleza nos atrapa, nos mueve y nos conmueve. Y despierta nuestro interés mucho más que cualquier otra sensación. Nótese mi forma de definir la belleza: una sensación. De eso; y a cuenta de todo esto que digo como breve (juas y requeterrejuás) introducción, quiero hablar hoy.
Es que yo soy muy sensible a la belleza. Muchísimo. Creo que es una de mis mayores cualidades. Veo la belleza, la reconozco, la descubro; y puedo llegar a estremecerme con ese abrazo eléctrico que lo bello me transmite. Cuando digo “lo bello” me refiero a una cualidad difícilmente definible que se materializa de muchas formas distintas: en un rostro proporcionado; en un paisaje deslumbrante; en una conversación divertida, o profunda; en el beso de un amigo; en un texto, o en una simple palabra bien traída, de esas que vienen muy a cuento y dicen mucho con muy poco; en la mirada cómplice de un compañero de trabajo; en la luz nítida y evocadora de esta mañana de invierno... Incluso en la enfermedad y la muerte. También ahí puede haber mucha belleza. Lo digo por experiencia.
He llegado a derramar lágrimas como pagodas por la sacudida emocional que la belleza me transmite. Lágrimas de felicidad, por supuesto. Y en ese momento me he sentido muy libre y muy afortunado y muy ligero.... y he llegado a pensar que iban a brotarme alas para despegarme un par de palmos de suelo, así, tan beatíficamente. Claro, esto no me ocurre todos los días, no sé si por suerte o por desgracia. Quizá está bien que así sea, porque si no me pasaría la vida llora que te llora y con los vellos de punta. Y eso no debe de ser bueno para la salud. Aun así, casi a diario me sobresalto por la contemplación... no, no por la contemplación: por la admiración que algo bello me produce, muchas veces donde menos me lo espero. A despecho de los agoreros y los derrotistas, vivimos rodeados de belleza. Está ahí, esperándonos, deseando que la descubramos y la contemplemos y la disfrutemos. O a lo mejor es que, en realidad, la belleza habita en el fondo de mis ojos negros, y sólo necesita una pequeña excusa para detonar y dejarme con las patitas colgando. Quizá también habita en el fondo de tus ojos, queridísim@ lector/a. Segurísimo que sí.
He llegado a derramar lágrimas como pagodas por la sacudida emocional que la belleza me transmite. Lágrimas de felicidad, por supuesto. Y en ese momento me he sentido muy libre y muy afortunado y muy ligero.... y he llegado a pensar que iban a brotarme alas para despegarme un par de palmos de suelo, así, tan beatíficamente. Claro, esto no me ocurre todos los días, no sé si por suerte o por desgracia. Quizá está bien que así sea, porque si no me pasaría la vida llora que te llora y con los vellos de punta. Y eso no debe de ser bueno para la salud. Aun así, casi a diario me sobresalto por la contemplación... no, no por la contemplación: por la admiración que algo bello me produce, muchas veces donde menos me lo espero. A despecho de los agoreros y los derrotistas, vivimos rodeados de belleza. Está ahí, esperándonos, deseando que la descubramos y la contemplemos y la disfrutemos. O a lo mejor es que, en realidad, la belleza habita en el fondo de mis ojos negros, y sólo necesita una pequeña excusa para detonar y dejarme con las patitas colgando. Quizá también habita en el fondo de tus ojos, queridísim@ lector/a. Segurísimo que sí.
Pensando en esta actualización, he buscado en el diccionario el significado “oficial” de la palabra “belleza”, pensando que iba a parecerme insuficiente e incompleta. Y no, mira por dónde, no: la definición me encanta. Dice el DRAE que la belleza es la “Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual”.
Os amo porque sois bell@s; o quizá sois bell@s porque os amo. O las dos cosas a la vez.
FOTO: Una de esas bellezas enormes, de las que te hacen llorar. Cuando este paisaje nepalí apareció ante mis ojos, se me doblaron las piernas. Literalmente.
Os amo porque sois bell@s; o quizá sois bell@s porque os amo. O las dos cosas a la vez.
FOTO: Una de esas bellezas enormes, de las que te hacen llorar. Cuando este paisaje nepalí apareció ante mis ojos, se me doblaron las piernas. Literalmente.
Háztelo mirar, podrías padecer una grave enfermedad psicosomática conocida como Síndrome de Stendhal. Mónica, mi mujer, a la cual no tienes el gusto de conocer, pianista y toda sensibilidad me descubrió esta "tara" al decirme que ella misma la padecía.
ResponderEliminarHe buscado en la fuente de la sabiduría (google) para ver si hay algo radicalmente contrario a este síndrome, y parece que no lo hay, así que creo que voy a patentarlo con mi nombre, Síndrome de Aruiz.