lunes, 11 de noviembre de 2013

El huerfanito

Quedarse huérfano es un rollo. Vamos, una solemne putada. Yo no me lo esperaba para nada: lo de quedarme huérfano tan pronto, y de esta manera. Que fuera un rollo sí me lo esperaba. Aunque lo imaginaba de otra forma. La verdad.

Se supone que estas cosas no hay que ventilarlas así, tan públicamente. Y yo lo voy a hacer. ¿Por qué? Porque me da la gana. ¿Para qué? Para desahogarme y poner negro sobre blanco algunas emociones que tengo ahí, atascadas. A ver si de esa manera las ordeno y empiezan a fluir. Porque ahora mismo siento que “todo eso” ha adquirido una textura muy espesa; se ha pegado a las paredes de mi estómago y no sé cómo licuarlo y hacerlo salir. 

Mi madre se llamaba Mari Carmen. Enfermó en enero y murió en febrero. En realidad ya estaba enferma antes, pero no lo sabíamos. Ni ella tampoco. Siempre pensé que, siguiendo la estela de los antecedentes familiares; llegaría un momento en que perdería sus facultades físicas y mentales, y tendríamos que cuidar de ella. Ese era el plan. De hecho llevábamos años (ella y yo; y también mi hermano) preparándonos para esa situación. Preocupados y angustiados, cada uno a su manera. Lanzándonos mensajes de cómo queríamos que eso se gestionase. Y planificando; y creando estructuras mentales para organizarnos; y desarrollando un trabajo intelectual y emocional absolutamente inútil. Inútil porque todo eso no ocurrió. Ni ocurrirá. Ya no ocurrirá nunca. Ni afortunada ni desgraciadamente. Simplemente no ocurrirá. Porque ella enfermó y murió en apenas cuatro semanas. 

Supongo que a todos nos ha pasado en alguna ocasión, sobre todo a personas que (como yo) tienen el hábito de ejercer el control sobre situaciones presentes y futuras. Qué idiotez, lo que acabo de escribir. No de “ejercer el control”, sino de “pretender ejercerlo”. Confieso que dedico gran parte de mis jornadas a imaginar plausibles escenarios de futuro; a evaluar los riesgos y desarrollar soluciones para esas contingencias (generalmente dolorosas) que, en mi fantasía, me pueden entrar por las puertas. Este hábito lo tengo yo muy interiorizado, es fruto de toda una infancia recibiendo la lección: prepárate; sé cauto; adelántate; guarda; prevé, y conserva. Esta forma de abordar la vida me ha sido útil en muchos sentidos, y también me ha causado grandes dosis de infelicidad. O me ha privado de muchos momentos de felicidad, mejor dicho. Porque ese tiempo que dediqué (aún ahora lo hago, me sale solo) a solventar catástrofes futuras lo podría haber invertido en disfrutar (o sufrir, lo que toque) de las realidades presentes. Esto lo veo yo muy claro a nivel racional: y aun así, actúo de otra manera. De acuerdo con mi programación. Mi software. Está claro que necesito un reseteo.

En fin: que no, que al final, como suele ocurrir, todo ocurrió de forma muy distinta a como imaginé; así que mis herramientas, esas que tanto esfuerzo y tiempo y energía había empleado en desarrollar, no sirvieron para nada. En cambio sí que sirvió mi programación; mi software. Y actué de acuerdo con lo que me enseñaron a ser. Todo muy correcto, todo muy controlado, todo muy razonable y comedido y educado y elegante. Hubo mucho amor, y vivimos momentos preciosos. Y me repetía a mí mismo que la aceptación es la mejor forma de abordar estos temas. Mientras, iba interiorizando esa idea de la orfandad: tarareaba a todas horas la canción de “El huerfanito"” y hasta me hacía gracia la ocurrencia. Fíjate tú que cosa tan frívola. Por una vez, no pensaba en el futuro: demasiado tenía con enfrentar lo cotidiano, el minuto a minuto. Sí que pude disfrutar de esas cuatro semanas de despedida. Lo digo así, con mayúsculas, a despecho de quien sea: DISFRUTAR. Porque fueron un regalo. Y también una putada. Al final, como suele ocurrir en estas historias, mi madre se murió. Y ahora sí que sí: ahora soy huérfano. Qué cambio tan enorme y tan difícil de asumir. No en lo racional... sino más abajo. Ahí es donde la barca zozobra.

Ser huérfano es un soberano coñazo: como dice mi tía Concha, muy gráficamente, te quedas en primera fila, con la espalda descubierta. Ya no es sólo echar de menos a tu madre, y todas esas carencias más o menos cotidianas que su ausencia genera. Es que tú, como persona, cambias. Al menos yo lo estoy viviendo así. Y hay lugares a los que mi enorme capacidad de raciocinio no puede llegar. Emociones que, desde la cabeza, no puedo gestionar. La ira es una de ellas, quizá la más acuciante y a la que a mí me cuesta más trabajo dar salida. Porque me enseñaron que enfadarse no es cosa de hombres cabales, y no sirve para nada. Poco pragmático; irrazonable; inútil; vulgar. Y el caso es que estoy tela de cabreado. Ya ves tú. 

Ante este panorama; y en vista de que mis herramientas habituales no terminan de funcionar; he decidido entregarme a la experimentación, y explorar esos otros ámbitos que tengo yo tan demonizados: la intuición; lo espiritual; lo corporal. A ver si me funciona. Lo malo es que me cuesta muchísimo trabajo entrar a fondo en esos parajes. Me siento como un niño pequeño que debe aprender a andar, y tiene miedo y piensa que las piernas nunca le funcionarán correctamente. Esto a mí me jode tela: porque suelo tener prisa y en general demuestro bastante destreza en casi todos los ámbitos de la vida. Así que este trabajo tan lento y tan desconcertante a veces me desespera. Pero aun así, persistiré. Porque no me queda más remedio. Y porque, a pesar del temor, creo que me puede hacer mucho bien. En ese “nuevo camino”, este sábado asistí (como espectador) a una sesión de Constelaciones Familiares. Fue una experiencia curiosa, pero hablaré de ella otro día, porque hoy ya está bueno lo bueno. 

NOTA: En la foto, con mi madre, en la boda de mi hermano. Fue un día muy feliz. No sé qué más decir.

2 comentarios:

  1. Joder, Javi, no tenía ni idea. Un fuerte abrazo

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  2. !qué ganas de volver para darte un gran abrazo, mi amigo, mi hermano...!

    Pd: por cierto, qué fantástica foto!!! me perdí el bodorrio, como siempre, por la distancia que suele existir entre mi mundo y el resto de los mundos

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